miércoles, 21 de junio de 2017

BICHOAMANTES



El amor hizo que Roger dejara definitivamente el matadero para estar con ella. Nunca le dijo que se ganaba la vida matando cerdos, ni se le pasó por la cabeza. A partir de ese momento se dedicó a apoyarla en sus mítines y ejerció esporádicamente como su secretario personal en los momentos de mayor trasiego laboral, cuando los archivos se amontonaban en el escritorio de su ordenador y ensayaba sus discursos frente al espejo.
Gisela era una chica joven y con facilidad para la oratoria que antes de ser vocal de un partido animalista con representación en el ayuntamiento de su pueblo, se dedicaba a criar y a vender perros de raza, un negocio lucrativo que abandonó después de un arrebato místico. De repente, en el patio de su casa, mientras un fotógrafo tomaba fotos del culo de un pequinés para una revista especializada, sintió una náusea extraña, un fuerte sentimiento de culpabilidad. En ese instante lo tuvo claro, dejó de tratar a sus perros como mercancía, los regaló y a los pocos meses se afilió a la Plataforma Catalana por la Defensa Animal, PCDA.
Roger, por su parte, se inventó un trabajo mucho más acorde con Gisela, le hizo creer que trabajaba en una tienda de piensos para animales domésticos y mantuvo esa mentira hasta que ella entró en listas en las elecciones municipales y resultó elegida como portavoz del PCDA. Roger, harto de despedazar cochinos, se despidió del matadero y decidió ayudar a su amor en su ascenso político, se apuntó a varios cursillos de Marketing Digital y comunicación de empresa con el fin de adquirir los conocimientos necesarios para poder aportar a la causa con propiedad y se afilió al partido sin leer ni su programa político ni sus bases. Le dijo que la tienda de piensos había cerrado por la crisis pero a ella le daba igual, estaba tan entusiasmada con su nueva etapa en el ayuntamiento, tenía tanto trabajo por delante, tanto por lo que luchar, que el despido de su pareja no era más que un pequeño contratiempo sin importancia. Él estaba tan enamorado que le daba igual el sentido de la lucha, su única lucha no era más que adorar a su mujer. Cada vez que la veía subida en un atril, dirigiéndose a sus votantes, hablando de las necesidades de sostenibilidad ecológica del municipio, en especial del lago que le daba nombre al pueblo, y el mantenimiento óptimo de los pipicanes, sentía que se había enamorado de la mujer más maravillosa de la comarca.
Durante el primer año en el cargo, Gisela tuvo que aprender a diferenciar la lucha a pie de calle de su trabajo dentro de la institución. No era lo mismo sentarse en la plaza mayor a protestar porque algún vecino tenía a su perro abandonado en el balcón sin sacarlo a pasear que tener que aprobar leyes en torno a la defensa de los animales. Y más en un entorno rural, lleno de mataderos de cerdos y ganaderos dispuestos a todo con tal de conservar sus negocios. En seguida se dio cuenta de que era inútil cambiar las costumbres de muchos de sus conciudadanos; comían carne, acumulaban chorizos y morcillas en sus despensas y eso era algo tan ancestral que requería de un trabajo de concienciación urgente. Para ello, puso toda su energía en organizar un evento en el pueblo, algo inaudito teniendo en cuenta que lo único especial que allí sucedía era la Feria del Ganado anual. Se le ocurrió gestionar una feria alternativa en la que primara el amor por la naturaleza y los animales. Apenas hizo pública su intención, decenas de empresas relacionadas se pusieron en contacto con ella. Todas querían tener un stand en la feria, poder vender sus productos, desde alimentos dietéticos para perros y gatos hasta la exposición y venta de animales exóticos. Y así nació el BichoAmantes, el evento que, según ella, cambiaría el paradigma de su pueblo para con el respeto por los animales. Había conseguido que se aprobara una ley para evitar que los ganaderos abocaran los excrementos de sus cerdos en el lago y así se pudo recuperar ese espacio natural para un uso lúdico, pasear, ir en bicicleta e incluso pescar algún barbo. Roger se encargó de publicitarlo a los cuatro vientos y ella vio la oportunidad de montar la feria allí, entre matorrales y nubes de mosquitos.
La primera edición del BichoAmantes fue todo un éxito. Cientos de empresas se instalaron a pie de lago y miles de personas visitaron el pueblo, la economía se revitalizó y hasta el alcalde, muy poco dado a asuntos de ecología, felicitó a Gisela en un acto público. A más poder tenía ella, más arrinconado se sentía él. Apenas si se besaban y ya no hacían el amor. Ella siempre tenía algo que hacer y había noches que no dormía en casa. Aquellas noches se le hacían interminables a Roger, no dormía y paseaba como un zombie por las orillas del lago palmoteándose la espalda para espantar a los mosquitos. Sospechaba que tenía un lío con un jovencito de ERC que trabajaba en el ayuntamiento, pensaba que esa relación no tenía futuro y que  tarde o temprano volvería a sus brazos pero a veces no lo tenía tan claro. Durante uno de sus paseos por el humedal, con una luna llena inmensa en el horizonte, recordó cuando visitaron el stand de animales exóticos del BichoAmantes. Gisela se encaprichó de unas ranas de la Guyana francesa de colores chillones y lengua retráctil, él quiso comprárselas pero ella no dejó que se gastara el poco dinero que tenía en aquel capricho animal. De repente, Roger tomó conciencia de que ese pequeño detalle podía salvar su relación, así que cogió el coche y fue a Barcelona a comprarle las ranitas. De regreso a casa, se encontró con Miquel, el joven de ERC, y Gisela en el salón.
-Hola, amor mío, hemos salido de un pleno muy duro esta mañana y he invitado a Miquel a almorzar, no te importa, ¿verdad?- Dijo dulcemente, cual nube de azúcar, mientras preparaba una ensalada con kilos de tofu y semillas de sésamo.
A Roger se le quedó una cara de imbécil comparable a la de las ranas de la Guyana buscando aire que respirar en la caja de zapatos que llevaba en las manos delicadamente envuelta con un lacito. Se la enseñó cuando Miquel se fue a su casa pero a ella ya no le importaban ni los pancracios exóticos, ni los pipicanes, ni el charco inmundo que tenía el pueblo por lago. Estaba enamorada de Miquel y había cambiado su discurso radicalmente, ya no era importante la lucha por los derechos de los animales, ahora sólo contaban los animales catalanes, las otras especies eran invasoras y había que proteger únicamente a la fauna y la flora autóctona. Roger, despechado, se dedicó por entero a la cría de las ranitas de la Guyana, dejó de escribir los discursos de Gisela y de publicitar sus políticas. Cada tarde, al caer el sol, iba al lago a cazar mosquitos para darles de comer y se pasaba horas observando los movimientos de aquellas entrañables ranitas multicolor, sus lenguas adhiriéndose a los mosquitos que cazaba con tanto cariño para ellas, sus ojos saltones, sus miradas tristes.
Poco después de organizar el segundo BichoAmantes, Gisela decidió dejar el PCDA para afiliarse a ERC y hacer pareja política con Miquel. A Roger le sentó muy mal verlos posando en una foto de campaña y tomó la decisión drástica de abandonar las ranitas de la Guyana en el lago. Era un castigo por todo el trato recibido pero sólo consiguió castigarse a él mismo. Aquellas ranitas eran lo único que le hacían sentirse vivo y le acompañaron con su dulce croar en sus largas noches de insomnio. Hizo las maletas y se marchó de casa. Gisela, embaucada por la oratoria nacionalista, no hizo nada para que se quedara.
Pero al cabo de un año, después de un claro batacazo en las elecciones municipales, Gisela se quedó fuera del ayuntamiento y Miquel se distanció de ella; había conocido a una pubilla bien parecida y de familia rica con ideas afines al PDeCat, más conservadoras pero que le aseguraban un sustento suculento con la explotación de varias granjas de cerdos de la zona. Seguían defendiendo los intereses de la patria y conservaban sus negocios, razón suficiente para deshacerse de la cometofu parlanchina de Gisela.
A los pocos meses, Gisela y Roger se reencontraron en el lago. Se sentaron en un tronco y vieron la puesta de sol.
-¿Sabes una cosa?- Dijo Roger tirando piedras al agua.
-Dime.
-Está tan bonito el lago en primavera.
-No es eso lo que me querías decir, suéltalo ya, Roger.  
-Tengo que contártelo, Gisela, pero no me atrevo.
-No tengas miedo, nos conocemos muy bien, amor mío.  
-¿Recuerdas que trabajaba en una tienda de pienso para perros? Pues es mentira, trabajé en un matadero de cerdos en turno de noche, ¿me perdonas?
Se hizo un silencio extraño. De repente, millones de ranitas de la Guyana empezaron a croar al unísono. Gisela se acercó a una de ellas que zampaba mosquitos despreocupada en el borde el tronco.
-¿Las reconoces?-Dijo Roger con los ojos encendidos de ilusión- Son nuestras ranitas, cariño.
El lago vomitaba ranas que saltaban en todas direcciones bajo la tenue luz de la luna. Gisela y Roger contemplaron al fin el fastuoso espectáculo de su naturaleza domesticada y se besaron apasionadamente, sumergidos en una nube parda y silbante de mosquitos.   

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