Piensas
que este día se lo podías haber cambiado a otra persona perfectamente y no
hubiera pasado nada, ¿no es así? Hubieras canjeado estas veinticuatro cochinas
horas de existencia a alguien que seguro las hubiera aprovechado mejor que tú.
Lo hubieras dado todo por convertirte en un famoso reportero que cubriera la
guerra de Siria y volviera con la maleta llena de fotos para ganar el premio
Pullitzer. O en un bombero que rescatara a una niña de un incendio. O en un
futbolista de primera división que reposara de su lesión de ligamento cruzado interno
en una dulce sesión de quiromasaje. Y todo en un día. Ése día que podrías
haberte ahorrado y, sin embargo, has vivido de forma anodina. Se te escaparon
las primeras horas en un despertar de boca pastosa y café calentado al
microondas. Miraste por la ventana pensando en el largo lunes por venir. Pesado
lunes. Lunes como cola de puerco que da vueltas y más vueltas para llegar al
mismo sitio: el ojete. Veinticuatro horas de inercia vital. Sientes que si tu
día lo hubiera vivido un cerdo lo hubiera pasado mucho mejor. Qué digo, al
cerdo, con tu bendito tiempo, le habrían santificado, le habrían nombrado
arzobispo del tiempo perdido. El cerdo rey del lunes. El porcino abanderado de
la semana por venir. Podrías haber puesto algún artefacto explosivo en el
domicilio de Félix Millet, por ejemplo. Podrías haber pegado fuego al congreso
de los diputados o haberlos gaseado a todos con gas mostaza. Podrías haber
envenenado al presidente de la patronal. Podrías incluso haber atracado el
Banco de España y haber repartido el dinero entre ONG's animalistas. Sí.
Podrías haberte convertido en un héroe. La gente te hubiera aclamado por las
calles. Incluso se estamparían camisetas con tu rostro mirando justicieramente
al infinito. Pero sientes, en el fondo, que alguien, al que todavía andas
buscando, te ha robado el maldito lunes.
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