Solía mearse en la cama. Era frágil, pequeñita, una
niña tímida y muy sensible. Su padre era un hombre serio y adicto al trabajo.
Desde que su mujer falleció no encontraba el modo de reconciliarse consigo
mismo ni con su hija. La noche anterior le pidió que le contara un cuento y que
durmiera junto a ella. Tenía miedo de soñar que se hacía pipí y no quería ver
la cara de su padre cambiando las sábanas al día siguiente. Pero él se durmió
en el sofá, entre documentos de empresa y tazas de café.
-Eres muy grande para dormir con papá.
-Tengo miedo. ¿Me cuentas un cuento?
Le dejó una luz encendida y se marchó. A la mañana
siguiente llevó a la niña al colegio y entró en su despacho puntual. La empresa,
Cosméticos Fernández SA, tuvo que recortar plantilla y él fue el hombre en el
que confió la dirección. Era serio, muy profesional y nunca cuestionaba nada.
Tenía la mejor formación y llevaba veinte años en la empresa. Los despidos no
son plato de buen gusto pero él había alcanzado un nivel de frialdad y desapego
tal, que durante el último año había mandado a la cola del INEM a sesenta
trabajadores y su reputación en la empresa había crecido exponencialmente.
Todos eran altos cargos con sueldos elevados y muchos privilegios. Ahora tocaba
lo peor, echar a treinta trabajadores poco cualificados y mayores de cuarenta y
cinco. Los reunió a todos en un aula con pizarra electrónica y trató de
explicarles las razones por las que la empresa prescindía de ellos. Los
empleados ponían caras raras. Se temían lo peor. Los despachó en menos de media
hora. Todos firmaron los acuerdos excepto Javier, un contable cascarrabias
afiliado a CGT. Se lo esperaba. Pero tenía un plan de presión, media empresa
estaba contra él y lo sabía. “Estás sólo, Javier”, le dijo. “Caerás tarde o
temprano. Es cuestión de tiempo”. Cuando terminó con ellos se presentó en el
despacho del director general. Éste abrió un pequeño mueble bar y le sirvió un
whisky. “Falta Javier”, carraspeó. “Me lo temía”, contestó el director. “Puto
rojo de mierda, ¿cuánto pide?” Él tomó un trago y le miró fijamente. “No pide
nada. Su puesto. Nada más”. El director se sentó en el pico de la mesa y miró
por la ventana. La ciudad se oscurecía, rompió a llover, las luces de los
semáforos parpadeaban en el horizonte y algunos peatones abrían sus paraguas.
“Le haremos moving”, dijo. “Pero está
sindicado”, contestó apurando el whisky. “Me la sopla. Los sindicatos no
existen, ¿entiendes? Son un puto lastre del pasado. Que me vengan cuatro
niñatos a tocarme las pelotas cada día me da igual. Una manita de hostias y que
denuncien si quieren, ¿entiendes?” Él asintió con la cabeza y el director
prosiguió: “has hecho un buen trabajo, Pedro. La verdad es que te tengo que
felicitar primero por la campaña Cuéntanos tu Historia y después por
éstos últimos despidos. Has sido rápido, eficiente y, lo más importante:
higiénico. ¿Un purito?” Pedro negó con la cabeza. “A ver, lo de la campaña de Cuéntanos
tu Historia no es más que una técnica de marketing. Se trata de que el
trabajador largue, de que se explaye, de que pueda criticar a su compañero con
total libertad. La historia es lo de menos. Y parece que funciona.” El director
general abrió un cajón de la mesita y extendió un cheque. Puso un número con
varios ceros, firmó y se lo dio a Pedro. “Tu incentivo. Eres un fuera de serie.
Adoro tu marketing.” El director encendió el puro y soltó el humo lentamente.
“Mañana no venga. Tómese un día de fiesta. Puede retirarse”. Pedro bajó la
cabeza y se marchó discretamente. Por el camino pensó en todo el trabajo que
tenía atrasado. Aprovecharía la noche para hacerlo y el día libre para
descansar un poco. Recogió a su hija del colegio y fueron a casa en taxi.
Llovía a cántaros. La niña terminó sus deberes y vio un poco de televisión. Él
repasaba una y otra vez documentos y más documentos de empresa entre tazas de
café. La niña se fue a la cama, su padre la arropó y le dejó una luz encendida.
A las tres de la madrugada se le empezaron a juntar las letras en el papel,
trató de reclinarse en el sofá pero no podía dormir. Se incorporó, fue a la
habitación de su hija y la miró con ternura. Se parecía tanto a su madre. Se
sentó a los pies de la cama y le acarició el pelo. Se descalzó y se acostó
junto a ella. La niña despertó aturdida.
-¡Pssssssssh!- Dijo el padre con el dedo índice en
la boca- Tengo miedo. ¿Me cuentas un cuento?
¡Madre mía!
ResponderEliminarGracias, guionista cadáver, miss Julie, seas quien seas.
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