viernes, 17 de febrero de 2017

¿UN PURITO?



Solía mearse en la cama. Era frágil, pequeñita, una niña tímida y muy sensible. Su padre era un hombre serio y adicto al trabajo. Desde que su mujer falleció no encontraba el modo de reconciliarse consigo mismo ni con su hija. La noche anterior le pidió que le contara un cuento y que durmiera junto a ella. Tenía miedo de soñar que se hacía pipí y no quería ver la cara de su padre cambiando las sábanas al día siguiente. Pero él se durmió en el sofá, entre documentos de empresa y tazas de café.

-Eres muy grande para dormir con papá.
-Tengo miedo. ¿Me cuentas un cuento?

 Le dejó una luz encendida y se marchó. A la mañana siguiente llevó a la niña al colegio y entró en su despacho puntual. La empresa, Cosméticos Fernández SA, tuvo que recortar plantilla y él fue el hombre en el que confió la dirección. Era serio, muy profesional y nunca cuestionaba nada. Tenía la mejor formación y llevaba veinte años en la empresa. Los despidos no son plato de buen gusto pero él había alcanzado un nivel de frialdad y desapego tal, que durante el último año había mandado a la cola del INEM a sesenta trabajadores y su reputación en la empresa había crecido exponencialmente. Todos eran altos cargos con sueldos elevados y muchos privilegios. Ahora tocaba lo peor, echar a treinta trabajadores poco cualificados y mayores de cuarenta y cinco. Los reunió a todos en un aula con pizarra electrónica y trató de explicarles las razones por las que la empresa prescindía de ellos. Los empleados ponían caras raras. Se temían lo peor. Los despachó en menos de media hora. Todos firmaron los acuerdos excepto Javier, un contable cascarrabias afiliado a CGT. Se lo esperaba. Pero tenía un plan de presión, media empresa estaba contra él y lo sabía. “Estás sólo, Javier”, le dijo. “Caerás tarde o temprano. Es cuestión de tiempo”. Cuando terminó con ellos se presentó en el despacho del director general. Éste abrió un pequeño mueble bar y le sirvió un whisky. “Falta Javier”, carraspeó. “Me lo temía”, contestó el director. “Puto rojo de mierda, ¿cuánto pide?” Él tomó un trago y le miró fijamente. “No pide nada. Su puesto. Nada más”. El director se sentó en el pico de la mesa y miró por la ventana. La ciudad se oscurecía, rompió a llover, las luces de los semáforos parpadeaban en el horizonte y algunos peatones abrían sus paraguas. “Le haremos moving”, dijo. “Pero está sindicado”, contestó apurando el whisky. “Me la sopla. Los sindicatos no existen, ¿entiendes? Son un puto lastre del pasado. Que me vengan cuatro niñatos a tocarme las pelotas cada día me da igual. Una manita de hostias y que denuncien si quieren, ¿entiendes?” Él asintió con la cabeza y el director prosiguió: “has hecho un buen trabajo, Pedro. La verdad es que te tengo que felicitar primero por la campaña Cuéntanos tu Historia y después por éstos últimos despidos. Has sido rápido, eficiente y, lo más importante: higiénico. ¿Un purito?” Pedro negó con la cabeza. “A ver, lo de la campaña de Cuéntanos tu Historia no es más que una técnica de marketing. Se trata de que el trabajador largue, de que se explaye, de que pueda criticar a su compañero con total libertad. La historia es lo de menos. Y parece que funciona.” El director general abrió un cajón de la mesita y extendió un cheque. Puso un número con varios ceros, firmó y se lo dio a Pedro. “Tu incentivo. Eres un fuera de serie. Adoro tu marketing.” El director encendió el puro y soltó el humo lentamente. “Mañana no venga. Tómese un día de fiesta. Puede retirarse”. Pedro bajó la cabeza y se marchó discretamente. Por el camino pensó en todo el trabajo que tenía atrasado. Aprovecharía la noche para hacerlo y el día libre para descansar un poco. Recogió a su hija del colegio y fueron a casa en taxi. Llovía a cántaros. La niña terminó sus deberes y vio un poco de televisión. Él repasaba una y otra vez documentos y más documentos de empresa entre tazas de café. La niña se fue a la cama, su padre la arropó y le dejó una luz encendida. A las tres de la madrugada se le empezaron a juntar las letras en el papel, trató de reclinarse en el sofá pero no podía dormir. Se incorporó, fue a la habitación de su hija y la miró con ternura. Se parecía tanto a su madre. Se sentó a los pies de la cama y le acarició el pelo. Se descalzó y se acostó junto a ella. La niña despertó aturdida.

-¡Pssssssssh!- Dijo el padre con el dedo índice en la boca- Tengo miedo. ¿Me cuentas un cuento?

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