Estaba muy preocupado presupuestando la instalación de los desagües de
un parking y su hijo no paraba de incordiar. Tenía que hacerlo sí o sí porque
había quedado con un cliente a las ocho de la mañana del día siguiente y eran
las ocho de la tarde y todavía no lo tenía listo. Había probado con los dibujos
animados pero se cansó. Le puso una película de
Disney y no aguantó ni el primer acto. El chiquillo se bajó los pantalones e
hizo pedorretas con la boca, abrió todos los cajones del cuarto de baño,
destrozó las revistas de la mesita del comedor y, por si fuera poco, se puso a
introducir palillos en un enchufe. El padre dejó el presupuesto a medias en un
documento word, fue al baño, abrió el cajón de las pastillas y tomó un
ansiolítico con un poco de agua del grifo.
-¿Ya está, papi? ¿Jugamos?- Dijo el niño saltando
sin parar.
En ese momento miró a su hijo fijamente y pensó en
la posibilidad de que fuera hiperactivo, en el tratamiento a seguir, medicación
y demás, en el hijo de su hermana, que también tenía los mismos síntomas y en
la posibilidad de que esa dolencia fuera genética. Cogió su teléfono móvil,
descargó una aplicación de un juego infantil y se lo dio al niño. Éste entendió
los mecanismos con mucha rapidez, se sentó en el sofá y pasó un buen rato en
silencio, toqueteando aquel aparato, con los ojos abiertos como platos,
catatónico.
Él volvió al ordenador y terminó su presupuesto.
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