viernes, 17 de febrero de 2017

COTORRAS



Se quedó mirando durante un buen rato su colección de cuchillos. Los tenía detalladamente clasificados. Su favorito era un Opinel francés de 1896 aunque tenía devoción por un par de navajas de Albacete con las hojas forjadas por un herrero toledano allá por los primeros años del siglo XX, al menos eso fue lo que le dijo el anticuario que se las vendió. Tenía espadas, katanas, cimitarras y sables de todo tipo. Abrió las ventanas y el sol abrigó el salón como una manta de luz blanca. Los mangos de las navajas centelleaban en el techo, en las paredes y en los huecos de los muebles viejos. Sonó el timbre, Basilio salió del salón y abrió la puerta.

La tasadora invadió el vestíbulo con un buenos días áspero, conquistó el pasillo en décimas de segundo y puso la bandera en el sala de los cuchillos, todo a base de tacón alto y perfume barato, bolso de imitación y recogido diplomático. Basilio trató de ocultar su colección pero no le dio tiempo a bajar las persianas.

-¿Qué hacemos con todo esto?
-Si no le importa, podría guardarlo en cajas de cartón por un tiempo.
-¿Tiene trastero?
-No.
-¿Ha pensado en venderla?
-De momento no.
-Bueno, no he venido aquí para hablar de algo que no me incumbe.
-Entiendo, señorita.
-Mire, por el piso le pueden ofrecer ciento veinte mil euros, a lo sumo cinco mil más.
-Es poco.
-Lo toma o lo deja. Piense que si espera un poco más, tal cual están las cosas, puede que pierda valor.
-No puedo esperar más, señorita, estoy parado, tengo cuarenta y nueve años y el mes que viene hago cincuenta.
-Tiene un problema.

La tasadora miró el salón con cara de pares, decimales, enteros, primos, fracciones y por cientos. Lo volvió a examinar hasta el último detalle. Se quedó un buen rato observando las cortinas mientras Basilio se mordía las uñas apoyado en el respaldo de una silla.  

-¿Y estas cortinas?
-Pues unas cortinas.
-Qué cosa más fea, por dios. Mire, tengo unas cortinas medio bonitas en mi desván, ¿le importa que venga esta tarde a ponerlas?
-No sé, el piso todavía no está a la venta, creo que no es muy oportuno lo que dice.
-No tiene otra opción, según dice. Si me permite un consejo, coja el dinero y márchese del barrio. Búsquese un alquiler barato. Es lo mejor. La vida aquí se está poniendo muy cara, todo está enfocado al turismo, dese cuenta.
-Lleva razón y, de hecho, esa es mi idea, pero todavía no he encontrado un alquiler barato. ¿Si se entera de algo de cuatrocientos por aquí cerca?
-¿Eso que me acaba de decir es un chiste?
-Ya, lo sé, no tengo más remedio que irme a Piera o a Martorell o a Esparraguera...
-Compre otro piso con lo que le den de éste.
-Lo compraría si tuviera la certeza de conseguir un trabajo pero…
-Necesito que limpie todo ese armario de cuchillos, queda feo, esto parece un castillo de la Edad Media, solo falta el trono y el cetro.
-Ya le dije que no tengo dónde guardarlos.
-De momento métalo todo en cajas, ya veremos que hacemos después. Busque a frikis por Internet, igual a algún rarito le gustaría tener una cimitarra de esas en casa, pruebe a ver. Esta tarde vengo y cambio esas cortinas, son espantosas.
-¿Por qué insiste en cambiar las cortinas?
-Tengo un comprador. He quedado con él la semana que viene, no querrá que le enseñe el piso con esas cortinas de mierda.  
-Pero si todavía no lo he puesto a la venta, no entiendo.

La tasadora se fue hacia la puerta apresurada, como si tuviera mil cosas que hacer. Justo en el umbral, se giró y miró fijamente a Basilio.

-Ya puede darlo por vendido, buenos días.

Basilio estuvo toda la mañana delante del ordenador, intentó concentrarse en algo útil como por ejemplo buscar trabajo, pero su cabeza estaba en todos aquellos reclutadores o responsables de recursos humanos que ni tan siquiera habían tenido la delicadeza de contestar a sus demandas de empleo. No estaba por la labor de postular a más puestos, ni relacionados con su vida laboral ni otros que no tenían nada que ver con lo que había hecho hasta el momento. Le daba igual que no le cogieran, sabía perfectamente que su edad y su experiencia eran el principal agravante pero le dolía que nadie tuviera la más mínima deferencia en contestar. 

Todos los responsables de personal debían estar muy ocupados, trágicamente ocupados, como los empleados de banca, pobres, o como los agentes inmobiliarios, como los taxistas, como las enfermeras, como los psiquiatras, todos haciendo cosas y él ahí, con cara de idiota, frente al ordenador, esperando la tierra prometida, el empleo que le quitara ese desasosiego interior de no sentirse nada, de no servir para nada.  

Mientras freía un par de huevos en la sartén llegó a la conclusión de que tenía que hacer algo, no podían pasar más días sin al menos tratar de revertir esa situación de incertidumbre pero enseguida volvía a su bucle. Quizás la solución pasaba por hacer algo destacable, que llamara la atención, que provocara admiración entre la gente. ¿Pero el qué? 

Puso la televisión y se comió los dos huevos fritos con cara de telediario. De postre tenía manzana, la peló sin demasiado esmero y se la comió tendido en el sofá. Pasó de los deportes y puso los documentales de animales de sobremesa. Hoy tocaba pájaros tropicales e hizo que le pareció interesante, puso esa cara de aprender que tenía reservada para las entrevistas de trabajo que nunca llegaban, lo hizo sin darse cuenta, como ejercicio de ensayo y error. Cerró los ojos y vio la cara de Pedro leyendo el informe que fue su sentencia. Recordó los buenos momentos como directivo de Cosméticos Fernández SA donde trabajaba, los puritos que le regalaba el jefe cada fin de mes, aquella mujer de la que se enamoró y que le abandonó cuando se quedó sin trabajo. Si no hubiera escrito aquel informe trampa no estaría en esta situación, pensó. Si lo llego a saber no participo en aquella farsa de Cuéntanos tu Historia que no era más que una excusa para obligarnos a largar chismes contra los empleados. En aquel momento recordó las palabras de su madre: hijo mío, no seas sincero, la verdad para quién la merece. Y ahora estaba comiéndose la verdad a tomos, uno por uno, en aquel sofá viejo entre muebles viejos y viejas navajas afiladas, anhelando uno de esos puros habanos y pensando en pensares y pesares a pesar de conservar por un momento, casi imperceptible, las ansias de vivir. 

Se levantó y abrió la ventana para ventilar el salón. Miró impasible lo que ocurría en aquel momento en la calle. Dos palomas picoteaban el suelo y varios papeles revoloteaban por el viento en un improvisado tornado. De repente cayó en la cuenta de que nunca había caído en la cuenta de esos pequeños detalles mientras hacía vida normal, más que nada porque nunca estaba en casa a esas horas. Pero la vida normal seguía implacable, seguía para las palomas, para los papeles que alguien descuidadamente tiró al suelo, para los árboles, para el viento que agita sus hojas. Una pluma verde se detuvo en el quicio de la ventana. Basilio se quedó mirándola estático, analítico. Era una pluma de cotorra, larga y vistosa. Pensó que si había llegado hasta allí no era por casualidad. Las cotorras son ruidosas, no paran de incordiar, como el perro de su vecino que no paraba de ladrar a cada instante. Fue en aquel momento cuando algo parecido a la muerte recorrió todo su cuerpo, un instinto asesino que nunca antes había experimentado y lo tapó como pudo, pensando en su infancia, en el amor de su madre, pero en seguida recordó el acoso de sus compañeros de clase, el miedo al fracaso, su obsesión por agradar a todo el mundo y lanzó un grito contenido que espantó a las palomas que picoteaban en el suelo. 

Sonó el timbre. Basilio cogió el cuchillo Opinel, se lo metió en el bolsillo y fue a abrir la puerta. La tasadora entró decidida, se subió a una silla y se puso a cambiar las cortinas. Eran de color verde intenso y todo se volvió de un verde mareante, como de selva tropical. De repente, Basilio vio a una enorme cotorra  subida en la silla y se le escapó una risa cínica. Cogió el cuchillo de su bolsillo y le sacó brillo con la manga de su jersey. 

-Los voy a matar. Lo haré uno a uno, empezando por el hijo de puta que me despidió. Después me pasaré por Fluidos López SL y le rebanaré el escroto al jefe de personal con mi Opinel de 1896, no me preocupa que no me crea, lo verá en las noticias. Lo tengo todo preparado, miré su perfil de Linkedin por Internet. Primero le acosaré por teléfono, el muy imbécil tiene en la nube todos sus datos. ¿Sabe cuántas veces le envié mi currículum? ¿Lo sabe? No se ha dignado a contestarme ni una sola vez. 

La tasadora bajó de la silla y contempló satisfecha las cortinas, sacó del bolso unos documentos y los puso sobre la mesa. 

-¡Qué verde más lindo! Esto es otra cosa. Muy bien. Firme aquí, por favor. Con este documento me da permiso para enseñar el piso la semana que viene. 

Basilio firmó el papel sin leer ni el título. La tasadora se marchó con un falso adiós que sonó a democracia. Basilio se quedó parado frente a su colección de cuchillos en aquel salón verde que ya no era suyo, fue a la ventana, cogió la pluma de cotorra y la tiró a la basura.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario