Aquella tarde había tenido un
bonito encuentro con ella por Skype y estaba especialmente contento, por eso
quedó con su amigo Héctor, su mayor confidente y al único que podía confiar un
secreto. Se vieron en el garito de siempre, el Level, un bar musical que brilló
en los ochenta y ahora se ha quedado en un estado de desfase tal que sólo van
cuarentones y divorciados. Tiene sus cosas buenas, puedes poner tú la música y
las copas no están mal de precio. Se llama así en homenaje a Level 42, un grupo
de éxito en su momento pero que ahora, aunque te esfuerces, no podrías
acordarte de ninguna de sus canciones. Pues allí, en la tercera o cuarta
cerveza, Genaro se animó y le contó a su amigo lo de la china.
-¿Cómo dices que se llama?
-Wu Minxia.
Héctor se desparrama de la risa.
-¿De qué te ríes, cabrón?
-¿No te conformas con una de
aquí?
Genaro apura su cerveza y espera
a que su amigo deje de reír.
-Pocas son clavadistas.
-¿Clavaqué?
-Mira, busca en la Wiquipedia, Wu
Minxia. ¿Te lo deletreo?
Héctor coge su teléfono móvil y
hace la búsqueda.
-Joder, es saltadora de
trampolín, medalla de oro en las Olimpiadas de Río. ¿Cómo la has conocido?
-Por Internet, la tengo loca.
-¿Pero tú sabes chino?
-No, merluzo, hablamos en inglés.
-Pues debe ser bastante famosa en
su país.
-Te equivocas, se quiere venir a
España, seguir su carrera aquí con otro entrenador pero no tiene dinero para el
pasaje.
-¿Y qué vas a hacer, te vas a ir
a China a buscarla? Tampoco es muy guapa, ¿has visto la foto?
Héctor amplia la fotografía que
aparece en Wiquipedia. Ambos la miran un instante.
-Es china, son todas más o menos
iguales.- Dice Genaro con gesto autocomplaciente.
-Vamos, no me jodas, es fea como
un demonio.
-Tiene un buen cuerpo, es
simpática, saltadora de trampolín… ¿qué más quieres?
Le costó reconocer que se había
enamorado, tenía miedo de que se le notara la necesidad de conocer a alguien, de
enamorarse, aunque sólo fuera a través de una pantalla de ordenador. Al salir
del Level, después de despedirse efusivamente de Héctor, tuvo la tentación de ir
a ver a Cheng pero lo dejó para la mañana siguiente. Se llevó el ordenador portátil
a la cama y comenzó lo que se había convertido en su rutina desde que conoció a
Wu: buscar toda la información posible sobre ella. Revisó sus enlaces favoritos
y la vio saltando libres, sincronizados, haciendo tirabuzones hacia delante,
tirabuzones hacia atrás, celebrando la medalla de oro con su entrenador, en una
visita a un hospital de niños chinos con su entrenador, en la inauguración de
un gimnasio chino con su entrenador, en una entrevista a la televisión china
con su entrenador… Era un tipo fuerte, su entrenador, tenía la espalda ancha,
piernas jónicas y sonrisa impertinente, esa mueca falsa que ponen los chinos cuando no entienden
nada. Siempre riendo con esa cara de idiota, en todas la fotos y siempre con
ella. “Seguro que están juntos”, pensó Genaro. Cerró el ordenador y le costó
dormir. Quería saber si Wu y su entrenador eran pareja o no antes de tomar
ninguna decisión. En China era de día, así que aprovechó la ocasión para asaltarla
en el Skype pero estaba desconectada. Antes de que el sueño le venciera, le
mandó un correo electrónico con una frase bien clara: I need to know if you’re whith your coach.
Sonó el despertador y fue
flechado al ordenador. Wu le contestó a las pocas horas de haberse quedado
dormido, le dijo que no tenía ninguna relación sentimental con su coach, que se quería venir a España para
cambiar de aires, que su intención era seguir entrenando, que quería conocerle
en persona y muchas cosas más, lo de siempre. Genaro se quedó más tranquilo,
había olvidado desconectar el despertador y era sábado. Quiso volver a la cama
pero no tenía sueño, era muy temprano, demasiado para visitar el bar de Cheng
así que tomó un par de tazas de café contemplando el amanecer desde su ventana.
Se le abrió el apetito, miró la despensa y vio un paquete de galletas de chocolate
por abrir pero se reservó el hambre para pedirse un bocadillo de beicon con
queso dónde Cheng.
Lloviznaba en la calle, algunos
padres de familia compraban churros en la churrería del ayuntamiento y los
repartidores aparcaban en doble fila delante de los negocios. Genaro observaba
el devenir de la plaza saboreando su beicon con queso en el bar de Cheng.
Sonaba Hijo de la Luna de Mecano a toda castaña. A la mujer de Cheng le
encantaban los Mecano, los descubrió accidentalmente a los pocos meses de su
llegada a España y desde entonces estaba enganchada, los ponía a todas horas y
coleccionaba sus discos. Lo primero que chapurreó en español lo aprendió de Ana
Torroja. Soñaba con hacer una fiesta en su bar en tributo al grupo, quería
invitar a todos los fans del barrio, descorchar algunas botellas de cava y servir
un picoteo chino para todos y todas pero sólo conocía a chinos y a chinas y
ningún chino, ninguna china tenía la más mínima afición por Mecano. Esa era su
terrible e incomprensible desgracia y trataba de contársela a Genaro que andaba
preocupado por si las palabras de Wu eran sinceras.
-Li, ¿puedes bajar la música?
Li baja el volumen. Genaro
termina el bocadillo y se limpia la boca con una servilleta de esas que parecen
lija que ponen en los típicos servilleteros de cortesía.
-Mecano me trae sin cuidado, Li, por
no decir que me la trae floja. Quiero hablar con tu marido, ¿dónde está?
-Mi marido ir a complar.
-¿Cómo se llama el entrenador de
Wu?
-¿Entlenadol? No sé.
Era imposible que aquella china
se enterara de algo, tenía la sonrisa impertinente de rigor, esa mueca falsa
que ponen los chinos cuando no entienden nada. En ese momento entra Cheng con
un carrito de la compra lleno de latas de cerveza.
-Hola Chen, tengo que hablar
contigo.
-Dime.
Genaro se queda un buen rato dubitativo
mientras Cheng descarga el carro y mete las cervezas en la nevera.
Entraron en la trastienda, algo
parecido a un sucio zulo repleto de cajas desordenadas y telarañas con solera. Cheng
le dijo que Wu y su entrenador habían tenido un romance hacía dos años pero
ahora sólo tienen una relación profesional, además están peleados, por eso está
muy ilusionada con su llegada a España, sólo que le faltan seiscientos euros
para el pasaje.
-Lo sé, Cheng, sólo quiero
asegurarme de que no me está engañando con otro.
-Mi helmana decir que te quiele,
lo sé. Tú confial, dal dinelo y yo envial.
Genaro saca de su cartera
seiscientos euros en billetes de cien y se los deja sobre una caja de cartón
llena de manchas de aceite. Cheng los coge sin contarlos y se los mete en el
bolsillo de la camisa, mira a Genaro con la sonrisa impertinente dibujada en la
boca y le da un fuerte abrazo.
-Helmana quelel mucho, quelel
casal contigo.
-Cuando llegue a casa le digo que
te di el dinero.
-Bien. ¿Quelel chupito? Ponel
chupito.
Genaro llegó a casa un poco
tocado por los chupitos matinales y fue directo al ordenador. Wu no estaba
conectada, entonces se acordó de que esas no eran horas chinas para llamar y
tenía que esperar a las seis de la tarde española para ver si se conectaba.
Quería decirle que iba a ir al aeropuerto a recogerla, que avisara cuando
tuviera el billete, que tenía ganas de acariciarla, de hacer excursiones por la
montaña y miles de cosas más. Estaba ansioso, se acercaba el día y tenía que
contárselo a Héctor que era la única persona que sabía algo de toda aquella
historia.
Las noches de los sábados el
Level se convierte en un infernal Karaoke. Allí convergen farloperos que dicen
que ya no toman con alcohólicas que parece que ya no beben y todos cantan como
el culo. Genaro no reprime la ilusión y Héctor le sigue el rollo sin creérselo
del todo.
-Oye, aquí no se puede hablar.
¿Vamos fuera?
-En serio no me puedo creer que
no sepas el nombre del entrenador de la mismísima medalla de oro en salto de
trampolín, sí que tiene poco tirón ese deporte.
-Pues no, no lo sé. Y mira que lo
he buscado.
-¿Nunca se lo has preguntado a
ella?
-No, siempre que hablamos del
tema de su entrenador se va por la tangente.
En ese momento empieza a sonar
una canción de Mecano y una señora enorme la destroza antes de llegar al
estribillo. Lo hace con estilo, cogiendo el micrófono apasionadamente y
cerrando los ojos en los momentos tristes.
-Vámonos- Dice Genaro.
-¿Por qué?
-Mecano me cansa.
Cheng le llamó al día siguiente,
justo a la hora de la reventa. Genaro se sacaba un buen sobresueldo con la reventa,
tenía un contacto dentro del aparato directivo del FC Barcelona y estaba a
punto de cerrar un negocio con unos australianos que querían dos entradas para
el partido de esa misma tarde entre el Barça y el Deportivo de La Coruña. Cheng
le dijo que Wu ya tenía el billete comprado y que llegaría el martes por la
noche. Genaro se alegró tanto que regaló las entradas y vio el partido desde el
palco gracias a sus influencias. Allí, entre goles y gritos, se sintió uno más
entre la masa, desatado, liberado. Pronto iba a ver a Wu, su campeona de
trampolín.
Aquel martes hacía un frío
espantoso y Cheng pasó a buscarle en su vieja Citroën C15. Tenía la calefacción
estropeada y llegaron al aeropuerto cagados de frío. Esperaron en la salida de la
terminal, faltaban poco más de diez minutos para que aterrizara. Venía en el
vuelo 0365 Pekín-Barcelona y había hecho escala en Moscú y Barajas así que
debía venir muy cansada. Genaro, previsor, ya había pensado en eso y reservó
mesa en un restaurante para el viernes con el fin de que pasara un par de días
descansando el jet lag. No quería
precipitarse, quería reposar la relación, esperar a que se integrara un poco en
el país y por qué no, vivir juntos algún día. El avión tomó tierra a la hora
señalada. Todos eran chinos y chinas salvo algún blanquito con maletín y traje
planchado. A Cheng se le veía feliz, dispuesto a reencontrase con su hermana
atleta, la triunfadora. Genaro buscaba a Wu ansioso. De repente, una china sale
del chinerío y corre a los brazos de Cheng. Era fea, una bola pequeña y
desagradable con los ojos rasgados y las piernas zambas.
-Hi, Wu. Are you Wu?
La china miró a su hermano y le dijo algo en chino.
Cheng le contestó en chino y la china miró a Genaro con esa sonrisa
impertinente, esa mueca falsa que ponen los chinos cuando no entienden nada.
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