domingo, 4 de septiembre de 2016

AFEITADO PERFECTO



Mientras se afeita frente al espejo escucha las noticias de la radio. Se siente afortunado por el simple hecho de ir a trabajar. Lo que hace algunos años era lo más parecido a una tortura ahora se había convertido en un momento místico, singular, más allá del bien y del mal. Antes se dejaba la barba en un acto absurdo de rebeldía, descuidaba su imagen con la fe de que algún día, su jefe, le recriminara su falta de higiene y le pudiera despedir pagándole una suculenta indemnización. Sabía que por eso no le iban a echar así que bajó su rendimiento para que pudiera sumar con su pequeño acto subversivo. Pero no. Nunca sucedió. Soñó con ese dinero, con la posibilidad de irse al Caribe con su mujer y montar un negocio de tapas españolas. Sería un éxito. Tenía que serlo. Pero tuvieron su primer hijo y entonces la quimera de la nueva vida en el Caribe se esfumó y la substituyó por un chalet en primera línea de mar que nunca tuvo, con garaje, piscina y jardín. Ver a su hijo correr por el césped, el sol dorando los jazmines de la entrada, el mar... No pudo ser. El afeitado debe ser apurado, las patillas se tienen que repasar, los rincones del cuello y maxilares se pasan a contrapelo, la cara se hidrata bien antes de poner la espuma y el after shave debe ser meloso a la nariz. Apaga la radio. Se peina ocultando su alopecia. Le da un beso a su mujer y le dice que llegará tarde porque han reducido personal y tiene que doblar turno. El trabajo como momento místico, singular, más allá del bien y del mal, le ha convertido en un héroe de la estupidez. Lo sabe. Pero la resignación es cómoda y siempre queda el consuelo de que tiene trabajo, no como muchos otros que andan de bar en bar, sumidos en la desesperación. Ya no tiene edad. No. Antes de empezar su jornada, entrará en un supermercado y comprará cuchillas, serán Wilkinson de triple hoja. Las mejores para un afeitado perfecto.

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