Su padre le contó el cuento del
Terrible Hombre Devorador de Libros. El niño se quedó expectante justo en el
pasaje en el que el protagonista trata de salvar los libros de la biblioteca de
un señor muy rico ante la inminente visita de aquel terrible hombre que
imaginaba trajeado y caminando como si tuviera muelles en las rodillas. Le
encantaba ese cuento. Se lo sabía de memoria. Justo antes de que llegara el
final, se quedó dormido. Su padre le tapó con una manta, cerró sigiloso la
habitación y fue al salón con una vela encendida. Su mujer le esperaba sentada
junto a una estufa de butano.
-¿Cuándo arreglarás lo de la luz?
-He llamado a Lucas, él sabe del
tema. Vendrá mañana.
Ella quería ver la televisión.
Desde que se mudaron se había perdido todos los capítulos de Mujeres Ricas, un docu-show en prime time en el que varias cuarentonas ostentan sus riquezas entre
cansinas baterías de anuncios de cosméticos y productos adelgazantes. Estaba
realmente enganchada.
-El pequeño ya duerme. ¿Qué hace
el grande?
-Pues en su habitación anda, no
se despega del móvil.
-Quítaselo.
La mujer resopló. Le dio pereza. Se
incorporó un poco, lo justo para coger el paquete de tabaco y prender un
cigarro. Soltó el humo y le dijo que no había manera de que hiciera los
deberes, que mientras siguieran sin luz no podía encender el ordenador.
El asunto de la luz empezaba a
ser un problema demasiado grande y él no tenía ni idea de fusibles, ni siquiera
sabía cambiar un enchufe. No le gustaba depender de los demás. De hecho, no
pidió ayuda para el traslado. Fue él sólo, con su hijo mayor, el que se hizo
cargo de toda la mudanza. Gracias a una vieja furgoneta, una Mercedes Benz
blanca que pasaba la ITV por un amigo que trabajaba allí y hacía la vista gorda,
pudo mover todos los muebles, colchones y demás. Le costó una semana, llevaban
instalados quince días y seguían teniendo problemas de abastecimiento.
-Podríamos llamar al
ayuntamiento.
Él contestó con una risa seca, de
frenada. Ella le miró con cara de hablar muy en serio.
-A veces pienso que eres tonta.
Me voy a la cama.
Subió a la planta de arriba y se
puso el pijama. Apagó la vela y todo quedó en penumbra. La luz de la casa del
vecino entraba oblicua en la habitación y se podía ver con claridad. Se asomó a
la ventana y vio a un hombre viejo y con cara de breva al otro lado. Miraba con
desdén, lo hacía con descaro. Era evidente que ese señor no les tenía demasiada
simpatía, pero eran nuevos en el barrio y no valía la pena entrar en
enemistades tan pronto, así que decidió sonreír y saludarle cortésmente con la
mano. El vecino cara breva frunció el ceño y echó la cortina. Él se tumbó en la
cama y enseguida cogió el sueño. No la esperó. Hacía tiempo, mucho tiempo, que
a su mujer le dejó de interesar dormir a su lado.
Se vino un sábado soleado con
muchas tareas por delante. Madrugó, dejó el motor de la vieja Mercedes a ralentí
para que entrara en calor, cogió un trozo de queso reseco de la nevera junto
con un cacho de pan del día anterior y lo envolvió en papel de plata. Pensó en
hacer un café con Lucas para compensar de algún modo su ayuda y fue a buscarle
a su barrio. Al volante se comió el queso pero el pan estaba tan duro que no
pudo con él y lo tiró por la ventanilla. Le había dejado un recado a su hijo
mayor, limpiar las malas hierbas del jardín. Pero no confiaba mucho en que lo
hiciera. Recogió a Lucas y tomaron café en un bar próximo a su piso. Lucas y él
eran amigos de infancia en el extrarradio, pateaban descampados y hurtaban en
el centro de la ciudad. Casi siempre eran minucias, cedés, donuts o alguna
revista porno de los quioscos de La Rambla.
Durante el trayecto a casa, Lucas
se puso en plan profesional. Le habló de un tal Tesla, un rumano al que se le
daba bien eso de la electricidad, que era un pionero y no sé qué más. Después
prosiguió con sus miserias laborales, con su jefe y con no sé cuántas
instalaciones en unos edificios en primera línea de mar. Le daba sarpullido
cuando se ponía así pero tenía que seguirle el monólogo porque él era el hombre
que podía instalar la luz. Él era la luz. Con un poco de suerte, si todo salía
bien, su mujer podría ver Mujeres Ricas y él sería gratificado con algún
regalito sexual. Siempre le quedaba esa esperanza. Si tengo que aguantar el
tostón de Lucas, al menos que sirva de algo, pensó mientras maniobraba para
entrar en el garaje.
La furgoneta paró bruscamente,
tenía que calar el motor por un problema mecánico, eso es lo que le dijo un
amigo que entiende de coches y así se lo hizo saber a Lucas que, al salir del
garaje y entrar al salón, no daba crédito a lo que veían sus ojos. Tenía
delante una casa-chalet imponente, el comedor era como su piso de grande, las
habitaciones todas tenían baño, como los hoteles y la cocina parecía sacada de
un anuncio de Vitroclen. Faltaba un poco de orden y de limpieza porque la
mudanza aún estaba reciente.
-Espera a que te enseñe la joya
de la corona. ¿Tú has visto mi spa?
-¿Tu qué?
Le llevó al baño especial. Trató
de abrir el grifo del jacuzzi pero el agua no fluía bien y salía a borbotones.
-Las putas tuberías, que cogen
aire.
-Puedo llamar al Yuyu. Es
fontanero. ¿Te acuerdas del Yuyu?- Dijo Lucas observando las tuberías.
-A lo que vamos. Primero la luz,
Lucas.
Antes de llegar al jardín ya
tenía pensada la frase para su hijo mayor. Era algo así como: “¿Ves? Eres un
inútil. ¿Qué te dije?” No se equivocó, su hijo estaba todavía en pijama junto
con su hermano pequeño escupiendo en la piscina. La piscina estaba vacía, el
jardín asilvestrado, lleno de maleza y su mujer tomaba el sol en bikini
balanceándose en una hamaca entre dos almendros.
-¿Ves? Eres un inútil. ¿Qué te dije?
-Papá, esta piscina no tiene
agua.
-Ya lloverá.
-Joder, pues no veas si tiene que
llover.
-¡Esa boca!-. Gritó su madre
desde la hamaca.
El mayor cambió el pijama por el
chándal y se puso a quitar malas hierbas. El pequeño fue a su cuarto, recogió todos
los libros de la estantería, libros de aventuras, de piratas y astronautas, y
los metió en una bolsa de tela con el logo de la fundación Obra Social La Caixa, uno de esos preciosos objetos que regalan los bancos como updrade.
Bajó con disimulo al jardín. Allí conversaban sus padres con Lucas y aprovechó
el momento para bajar al fondo de la piscina. Vio el agujero por donde el agua
se renueva e introdujo allí la bolsa. En ese momento, su hermano se bajó los
pantalones y enseñó el culo al vecino cara breva. El vecino se ocultó tras la
cortina y el chaval siguió trabajando como si nada.
En menos de una hora ya estaba
solucionado el problema de la instalación. Se hizo la luz. Ella quiso invitarle
a comer pero Lucas se negó en rotundo. En el salón se armó una discusión
delante del televisor. El padre quería ver la fórmula uno, ella un debate vacío
de tertulianos vacíos en Telecinco y los niños unos taquicárdicos y groseros
dibujos animados que se habían puesto muy de moda. Él entró en cólera y mandó a
toda la familia a comer al jardín.
-Papá, aquí hay bichos.
-Calla y come.
Terminaron de comer a eso de las
tres y media y él se tumbó en la hamaca. Cerró los ojos y se vio sobre un
cortacésped, contemplando a sus hijos jugando en la piscina en un día radiante
de verano, con sus gafas de sol y su pitillo entre los dientes, como en aquella
película de Hollywood que vio y no recuerda el título.
El hijo mayor se puso a toquetear
su teléfono móvil en el sofá mientras su madre tendía una lavadora en el
jardín. El pequeño se fue a su cuarto
con un cómic y se puso a leer junto a la ventana. Al rato, un coche negro
aparcó en la puerta de casa. Salió un hombre trajeado con el pelo engominado y
una carpeta negra y se dirigió a la puerta caminando como si tuviera muelles en
las rodillas.
-Es él, el Terrible Hombre
Devorador de Libros. Lo sabía.-Dijo mirándolo a través del cómic enrollado en
forma de tubo.
Sonó el timbre. A su padre le
fastidió levantarse de la hamaca. Cuando abrió la puerta y se encontró con
aquel hombre trajeado, entendió que se trataba de un Testigo de Jehová o algo
por el estilo y le dijo que no estaba interesado.
-Me temo que está usted
confundido. Soy abogado. Era para comunicarle que debe desalojar el inmueble.
Esta es la orden judicial. Le dejo mi tarjeta. Si quiere puede contactar con
los propietarios.
El abogado le entregó una carta.
-¿Cómo?
Su mujer se acercó.
-¿Qué pasa cariño?
-No. Nada.
El Terrible Hombre Devorador de Libros
se subió en el coche negro y se marchó. No consiguió su objetivo. Los libros
estaban a salvo. El niño sonrió.
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