jueves, 12 de mayo de 2016

CASA-CHALET



Su padre le contó el cuento del Terrible Hombre Devorador de Libros. El niño se quedó expectante justo en el pasaje en el que el protagonista trata de salvar los libros de la biblioteca de un señor muy rico ante la inminente visita de aquel terrible hombre que imaginaba trajeado y caminando como si tuviera muelles en las rodillas. Le encantaba ese cuento. Se lo sabía de memoria. Justo antes de que llegara el final, se quedó dormido. Su padre le tapó con una manta, cerró sigiloso la habitación y fue al salón con una vela encendida. Su mujer le esperaba sentada junto a una estufa de butano.
-¿Cuándo arreglarás lo de la luz?
-He llamado a Lucas, él sabe del tema. Vendrá mañana.
Ella quería ver la televisión. Desde que se mudaron se había perdido todos los capítulos de Mujeres Ricas, un docu-show en prime time en el que varias cuarentonas ostentan sus riquezas entre cansinas baterías de anuncios de cosméticos y productos adelgazantes. Estaba realmente enganchada.
-El pequeño ya duerme. ¿Qué hace el grande?
-Pues en su habitación anda, no se despega del móvil.
-Quítaselo.
La mujer resopló. Le dio pereza. Se incorporó un poco, lo justo para coger el paquete de tabaco y prender un cigarro. Soltó el humo y le dijo que no había manera de que hiciera los deberes, que mientras siguieran sin luz no podía encender el ordenador.
El asunto de la luz empezaba a ser un problema demasiado grande y él no tenía ni idea de fusibles, ni siquiera sabía cambiar un enchufe. No le gustaba depender de los demás. De hecho, no pidió ayuda para el traslado. Fue él sólo, con su hijo mayor, el que se hizo cargo de toda la mudanza. Gracias a una vieja furgoneta, una Mercedes Benz blanca que pasaba la ITV por un amigo que trabajaba allí y hacía la vista gorda, pudo mover todos los muebles, colchones y demás. Le costó una semana, llevaban instalados quince días y seguían teniendo problemas de abastecimiento.
-Podríamos llamar al ayuntamiento.
Él contestó con una risa seca, de frenada. Ella le miró con cara de hablar muy en serio.
-A veces pienso que eres tonta. Me voy a la cama.
Subió a la planta de arriba y se puso el pijama. Apagó la vela y todo quedó en penumbra. La luz de la casa del vecino entraba oblicua en la habitación y se podía ver con claridad. Se asomó a la ventana y vio a un hombre viejo y con cara de breva al otro lado. Miraba con desdén, lo hacía con descaro. Era evidente que ese señor no les tenía demasiada simpatía, pero eran nuevos en el barrio y no valía la pena entrar en enemistades tan pronto, así que decidió sonreír y saludarle cortésmente con la mano. El vecino cara breva frunció el ceño y echó la cortina. Él se tumbó en la cama y enseguida cogió el sueño. No la esperó. Hacía tiempo, mucho tiempo, que a su mujer le dejó de interesar dormir a su lado.
Se vino un sábado soleado con muchas tareas por delante. Madrugó, dejó el motor de la vieja Mercedes a ralentí para que entrara en calor, cogió un trozo de queso reseco de la nevera junto con un cacho de pan del día anterior y lo envolvió en papel de plata. Pensó en hacer un café con Lucas para compensar de algún modo su ayuda y fue a buscarle a su barrio. Al volante se comió el queso pero el pan estaba tan duro que no pudo con él y lo tiró por la ventanilla. Le había dejado un recado a su hijo mayor, limpiar las malas hierbas del jardín. Pero no confiaba mucho en que lo hiciera. Recogió a Lucas y tomaron café en un bar próximo a su piso. Lucas y él eran amigos de infancia en el extrarradio, pateaban descampados y hurtaban en el centro de la ciudad. Casi siempre eran minucias, cedés, donuts o alguna revista porno de los quioscos de La Rambla.
Durante el trayecto a casa, Lucas se puso en plan profesional. Le habló de un tal Tesla, un rumano al que se le daba bien eso de la electricidad, que era un pionero y no sé qué más. Después prosiguió con sus miserias laborales, con su jefe y con no sé cuántas instalaciones en unos edificios en primera línea de mar. Le daba sarpullido cuando se ponía así pero tenía que seguirle el monólogo porque él era el hombre que podía instalar la luz. Él era la luz. Con un poco de suerte, si todo salía bien, su mujer podría ver Mujeres Ricas y él sería gratificado con algún regalito sexual. Siempre le quedaba esa esperanza. Si tengo que aguantar el tostón de Lucas, al menos que sirva de algo, pensó mientras maniobraba para entrar en el garaje.  
La furgoneta paró bruscamente, tenía que calar el motor por un problema mecánico, eso es lo que le dijo un amigo que entiende de coches y así se lo hizo saber a Lucas que, al salir del garaje y entrar al salón, no daba crédito a lo que veían sus ojos. Tenía delante una casa-chalet imponente, el comedor era como su piso de grande, las habitaciones todas tenían baño, como los hoteles y la cocina parecía sacada de un anuncio de Vitroclen. Faltaba un poco de orden y de limpieza porque la mudanza aún estaba reciente.
-Espera a que te enseñe la joya de la corona. ¿Tú has visto mi spa?
-¿Tu qué?
Le llevó al baño especial. Trató de abrir el grifo del jacuzzi pero el agua no fluía bien y salía a borbotones.
-Las putas tuberías, que cogen aire.
-Puedo llamar al Yuyu. Es fontanero. ¿Te acuerdas del Yuyu?- Dijo Lucas observando las tuberías.  
-A lo que vamos. Primero la luz, Lucas.  
Antes de llegar al jardín ya tenía pensada la frase para su hijo mayor. Era algo así como: “¿Ves? Eres un inútil. ¿Qué te dije?” No se equivocó, su hijo estaba todavía en pijama junto con su hermano pequeño escupiendo en la piscina. La piscina estaba vacía, el jardín asilvestrado, lleno de maleza y su mujer tomaba el sol en bikini balanceándose en una hamaca entre dos almendros.
-¿Ves? Eres un inútil. ¿Qué te dije?
-Papá, esta piscina no tiene agua.
-Ya lloverá.
-Joder, pues no veas si tiene que llover.
-¡Esa boca!-. Gritó su madre desde la hamaca.
El mayor cambió el pijama por el chándal y se puso a quitar malas hierbas. El pequeño fue a su cuarto, recogió todos los libros de la estantería, libros de aventuras, de piratas y astronautas, y los metió en una bolsa de tela con el logo de la fundación Obra Social La Caixa, uno de esos preciosos objetos que regalan los bancos como updrade. Bajó con disimulo al jardín. Allí conversaban sus padres con Lucas y aprovechó el momento para bajar al fondo de la piscina. Vio el agujero por donde el agua se renueva e introdujo allí la bolsa. En ese momento, su hermano se bajó los pantalones y enseñó el culo al vecino cara breva. El vecino se ocultó tras la cortina y el chaval siguió trabajando como si nada.
En menos de una hora ya estaba solucionado el problema de la instalación. Se hizo la luz. Ella quiso invitarle a comer pero Lucas se negó en rotundo. En el salón se armó una discusión delante del televisor. El padre quería ver la fórmula uno, ella un debate vacío de tertulianos vacíos en Telecinco y los niños unos taquicárdicos y groseros dibujos animados que se habían puesto muy de moda. Él entró en cólera y mandó a toda la familia a comer al jardín.
-Papá, aquí hay bichos.
-Calla y come.
Terminaron de comer a eso de las tres y media y él se tumbó en la hamaca. Cerró los ojos y se vio sobre un cortacésped, contemplando a sus hijos jugando en la piscina en un día radiante de verano, con sus gafas de sol y su pitillo entre los dientes, como en aquella película de Hollywood que vio y no recuerda el título.
El hijo mayor se puso a toquetear su teléfono móvil en el sofá mientras su madre tendía una lavadora en el jardín.  El pequeño se fue a su cuarto con un cómic y se puso a leer junto a la ventana. Al rato, un coche negro aparcó en la puerta de casa. Salió un hombre trajeado con el pelo engominado y una carpeta negra y se dirigió a la puerta caminando como si tuviera muelles en las rodillas.
-Es él, el Terrible Hombre Devorador de Libros. Lo sabía.-Dijo mirándolo a través del cómic enrollado en forma de tubo.
Sonó el timbre. A su padre le fastidió levantarse de la hamaca. Cuando abrió la puerta y se encontró con aquel hombre trajeado, entendió que se trataba de un Testigo de Jehová o algo por el estilo y le dijo que no estaba interesado.
-Me temo que está usted confundido. Soy abogado. Era para comunicarle que debe desalojar el inmueble. Esta es la orden judicial. Le dejo mi tarjeta. Si quiere puede contactar con los propietarios.
El abogado le entregó una carta.
-¿Cómo?
Su mujer se acercó.
-¿Qué pasa cariño?
-No. Nada.
El Terrible Hombre Devorador de Libros se subió en el coche negro y se marchó. No consiguió su objetivo. Los libros estaban a salvo. El niño sonrió.




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