Antes de tirar de la cadena se quedó mirando su caquita con cara de
circunspecto. ¿Qué había pasado? ¿Por qué había un trozo que flotaba y otro que
no? Él, que era físico nuclear, que en sus ratos libres estudiaba botánica y
que procuraba siempre tener una respuesta para todo, se encontró con un dilema inexpugnable.
Se sentó de nuevo en el retrete y se rascó la cabeza. Repasó uno por uno los
alimentos
que ingirió desde que empezó la semana y ninguno le sugería la ligereza
insustancial como para flotar en el agua. Abrió un poco las piernas y allá
estaban. La barra pesada reposaba en el fondo y coloreaba el líquido elemento.
Pero el otro trozo, fino como una bolsita de plástico, seguía allí, retando
toda lógica. Podría incorporarse, tirar de la cadena, olvidarse de todo y
volver a hacer vida normal, pero aquel acontecimiento le marcaría de por vida.
Dos mojones. Uno flota y el otro no. ¿Por qué? Dios mío, ¿tendré alguna
enfermedad? ¿Será del colon? ¿Una úlcera? ¿El intestino? Pensaba angustiado
mientras veía como su pito se retraía hasta el infinito. Fue entonces cuando se
acordó de la historia que le contó el dueño de un puesto de salchichas la
mañana después de una noche de fiesta. Fue aquel mismo fin de semana y no lo
recordaba muy bien. Lo único que tenía claro es que despertó en un antro lleno
de mierda y acabó comiendo salchichas en un puesto de la Av. Paralelo a las
diez de la mañana. El dueño del grasiento local le dijo que las salchichas eran
carne en barra de dudosa procedencia y que el organismo podía tardar en
digerirlas hasta una semana. Una semana, una semana, una semana, se dijo
mentalmente. Sonrió. Bien, ya sé la procedencia de la del fondo. De repente, su
sonrisa se invirtió. Pero... ¿y la que flota?

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