“Deberías trabajar la
sociabilidad con tu hijo”, dijo levantando el follaje con una rama de pino. El
niño andaba rezagado entre unos troncos caídos, jugando con un palo, su padre
contaba las setas de un cesto y su amigo hacía como que las buscaba.
-Creo que nos vamos a tener que
ir ya.- Dijo el padre mirando al cielo.
Unos nubarrones en el horizonte
amenazaban rayos y vientos.
-Oscar, deja el palo. Nos vamos.
El niño no hizo caso.
-Oye, ¿qué te he dicho?
El pequeño Oscar había estado
ausente durante toda la mañana gracias a ese palo. Lo había encontrado en el
aparcamiento, justo en el momento de salir del coche y desde entonces había
sido su bastón, su espada, su pértiga, su lanza, su pala, su vara para destruir
la maleza, su tótem, su varita mágica y un sinfín de cosas más. Cuando llegaron
al coche, su padre no se atrevió a quitárselo. Mientras tanto, se quedó con su
amigo apoyado en el capó fumando un cigarrillo. El niño miraba la escena por la
ventanilla agarrado a su palo. De vez en cuando limpiaba con la manga del
jersey el vaho acumulado en el cristal para ver con claridad.
-¿No crees que lo tienes muy mal
acostumbrado? Tienes que establecer límites, Luis. A tu hijo le falta
autoestima. Tu mujer puede decir lo que quiera pero a este niño se lo comen en
el colegio. Está atontado ¿Es que no lo ves? Se ha tirado toda la mañana con un
palito, tío. ¿Entiendes? Tú y yo a la misma edad cazábamos lagartijas y las
diseccionábamos.
-Vaya. Y hacíamos tirachinas con
los somieres que nos íbamos encontrando en la basura y construíamos cabañas y
todo eso. Entonces había niños en la calle, muchos. De todas formas, ¿qué te importa?
Y qué si está atontado, ya le dará hostias la vida.
-¿Cómo qué y qué? Mira, lo
primero que he visto, y no te lo tomes a mal, es que tiene un problema con la
autoridad. No te hace caso. Si no te hace caso a ti, imagínate a su profesor.
Le falta brío, tío, un poco más de cojones, siempre está como ausente y todo le
da miedo. ¿Has visto como se ha asustado cuando ha visto el saltamontes? Por
favor, era un saltamontes, no era un cocodrilo, ni un oso, ni un elefante, era
un saltamontes, un puto saltamontes inofensivo, Luis.
Tiró el cigarrillo a un charco y
subió al coche. Su amigo se calentó las manos con su aliento y se quedó un buen
rato contemplando la fina niebla que aparecía entre la retama.
-¿Subes?- Dijo el padre bajando
la ventanilla.
El amigo se sentó en el asiento
del copilo y el padre arrancó.
-Papá, tengo pipi.
-Pues sal y mea, hijo.
El chiquillo salió del coche con
el palo en la mano y su padre apagó el motor.
-¡Tira el palo, Oscar! ¿O es que lo
vas a subir a casa?
Pero el niño no hizo caso y a su
amigo se le escapó una risita estúpida.
-Es ridículo.
-¿Qué?
-El niño juega con un palo, tío,
es ridículo. Al menos, cómprale una Tablet ahora que te va bien y la puedes
pagar. No es muy cara. Piensa que con tus prohibiciones tontas lo estás
atrasando. Hoy día todos los niños aprenden con los nuevos soportes: pizarras
táctiles, portátiles… Todo eso. No te digo que le compres un móvil, no; pero
una Tablet no sabes lo educativa que es.
Oscar hizo un hueco con el palo entre
los matorrales buscando el sitio ideal para orinar. Ellos lo miraban a través de
la luna delantera que poco a poco se llenaba de gotas. El padre activó los
parabrisas. La niebla se fue espesando y Oscar desapareció detrás de los
arbustos.
-¿Qué tal las notas del colegio?
-Pocas setas para lo que ha
llovido estos días.
-Joder, qué manera de escurrir el
bulto.
-Mira, Armando, deja de tocarme
los cojones. ¿Sabes cuál es el problema, el único problema que tiene mi hijo?
-No.
-¿No te lo has preguntado?- Hizo
una pausa y le miró a los ojos fijamente.
-No sé qué coño me tengo que
preguntar.
-Llevamos aquí desde las siete de
la mañana. ¿Verdad o no?
-Verdad.
-¿Se te ha ocurrido jugar con él?
Se hizo un silencio extraño, como
de ascensor.
-Llevas razón. Espera, se me
ocurrió algo. Verás qué divertido. ¿Puedo?- Dijo cogiendo de los asientos
traseros una manta marrón llena de grasa y barro. El padre asintió con la
cabeza.
El amigo se puso la manta por
encima y salió del coche. Justo a la altura del capó simuló ser un oso
enseñando sus garras y afilados colmillos y se introdujo entre los arbustos.
-¡Papá, papá!- Gritó el niño al
cabo de unos segundos.
Su padre salió del coche y asomó
la cabeza por el lugar. Oscar se hizo visible. Crepitó un rayo y el viento
azotó el matorral inesperadamente. El chiquillo le dio el palo con la cara
neutra, inexpresiva, y su padre lo limpió con mucho esmero. Cuando terminó, lo
envolvió en la manta, lo puso en el maletero y se metieron en el coche.
-Papá, tira el palo, ¿o es que lo
piensas subir a casa?
El coche se fue alejando hasta perderse en la
niebla.
menos mal que le dio con el palo, ya tenia ganas de darle uno yo. amigo pesado, el propagador de reglas, al igual que sus razones.
ResponderEliminarsalú