jueves, 22 de octubre de 2015

SENSACIÓN TRANSITORIA



Por la mañana su marido le había regalado una American Express. Estaba contenta aunque sólo fuera una sensación transitoria, sin más. Desde que se casaron, siempre que discutían acababa obsequiándola con alguna cosa, así que se acostumbró a la disputa mensual. Follaban poco, lo mínimo. Pero eso le daba igual porque a sus cuarenta y cinco estaba de muy buen ver y nunca le faltaban pretendientes. Solía aprovechar los viajes de negocios de su marido para tener sus aventurillas. Así las llamaba. Aquel día no había hecho absolutamente nada salvo ir a la peluquería y recriminar a su asistenta que no planchara bien la ropa. Después de comer se entretuvo leyendo una revista de interiorismo y cayó en la cuenta de que llegaba tarde a recoger a su hijo del colegio. Dudó a la hora de escoger coche. Al final se decantó por el todoterreno. Se sentía protegida al volante de aquel armatoste con ruedas y estaba en uno de esos días sensibles en los que tenía que hacerse respetar. A pesar de que era ella la que provocaba la mayoría de las discusiones con su marido, luego se sentía mal, aunque solo fuera de manera transitoria. Por el camino, se encendió un cigarro en cada atasco y los apagó a medias en el cenicero. Siempre odió ese colegio por el hecho de ser público y nunca escondió su disconformidad pero, como su marido se empeñó, ella accedió a regañadientes. Le molestaban enormemente sus ramalazos progres, no podía entenderlos. Pensaba que era un hipócrita, que de cara a la galería todo eran buenas palabras e intenciones pero que en casa, de puertas adentro, era un déspota y un acomplejado. Cuando llegó a la puerta del colegio ya no había nadie salvo su hijo que esperaba sentado en un banco jugando con un Ipad. Ella tocó el claxon. El chaval se incorporó y subió al todoterreno sin dejar de jugar. “Siento llegar tarde. Me entretuve”. El chaval levantó la vista del Ipad unos segundos y siguió con la partida. “¿Y ese collar?”, dijo con los ojos pegados a la pantalla. “Me lo regaló tu padre el mes pasado. ¿Te gusta?” Pero su hijo ni asintió ni negó. Ella arrancó y se incorporó a la vía. “Tienes piano, ¿verdad?” “Sí, mamá. Y después informática.” “Vaya, hoy tienes la tarde movidita”, dijo encendiéndose un cigarro. “Dime, ¿qué has hecho hoy en la escuela?” “Mamá, ya no tengo cinco años”. Ella expulsó el humo por la ventanilla. Paró en un semáforo en rojo y le miró fijamente. En aquel momento tuvo la sensación de que su hijo era igual que su padre. Igual de terco, igual de incomunicativo. Y le odió. Fue una sensación transitoria, sin más. Se le pasó cuando el semáforo cambió de color y  se acordó del polvo que echó con Enrique, el socio de su esposo. Había pasado más de un mes pero lo recordaba con toda claridad. Le pidió que le penetrara por el culo. Era la primera vez que hacía algo así. Y le gustó. Rememoró aquel momento mientras su hijo se enfadaba con su Ipad porque perdía la partida. “¡Mierda!”, dijo. Después miró a su madre. Arqueó las cejas. “Mamá, ¿por qué estás con papá?” Ella tiró el cigarrillo a medias por la ventana y, cuando quiso meter la cajetilla de Marlboro en la guantera, se dio cuenta de que estaba húmeda. “¿Por qué dices eso, cielo? Qué cosas tienes.” Aparcó en doble fila frente a la academia de música. Él se despidió tímidamente con la mano y salió del coche. En ese preciso instante se acordó de que había quedado con una amiga, activó el manos libres de su teléfono móvil y marcó un número. Contestó una voz femenina, algo lacia y aguda, “¿Sí? Oye, querida, te estoy esperando”. “Llego en diez minutos”, dijo ella quitándose disimuladamente las bragas por debajo de la falda. Las metió en el bolso y colgó. En poco más de diez minutos llegó a la cita. Miró de arriba abajo a su amiga y por primera vez tuvo la sensación de que era vulgar, mediocre, poco atractiva. La conocía desde hacía más de quince años y el tiempo le había ajado el cutis. Ya no le parecía una mujer interesante. Poco le podía aportar salvo alguna anécdota aislada de cuando trabajaba en la moda y encima se las sabía todas de memoria. La besó sin mucho contacto y miró al frente. El Paseo de Gracia se abría delante de ella. Aquella imagen hizo que se olvidara de la decadencia de su amiga. Fue una sensación transitoria. Sin más. “¿Llevas cash?” “No, querida, llevo Visa”. Y se perdieron por el boulevard.

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