viernes, 23 de octubre de 2015

MAMMA MIA



Le puso al corriente de su desgraciada vida laboral, le habló de su jefe y de las últimas ofertas de seguros de la empresa. En unas pocas frases resumió su malestar y en seguida cambió de tema porque no quería entristecerle más. Estaba de baja por depresión y tampoco era plan de recordarle que él estaba trabajando y cobrando su paga íntegra, así que lo siguiente que hizo fue preocuparse por su salud.
-¿Fuiste al psicólogo?
-Sí. Le dije que las pastillas que me recetó el psiquiatra son muy fuertes y que si fuera posible que me las rebajaran un poquito podría volver a trabajar.
-¿Estás seguro? Mira que si abandonas el tratamiento la cosa se puede agravar. Tú relájate Manolo, ya verás cómo en unos meses se te irá este bajón. Todos pasamos por malos momentos pero ya verás, levantarás la cabeza.
Manolo hacía poco que se había divorciado. Tenía tres hijos y se había ido a vivir al piso de sus padres. Tuvo la suerte de que no lo vendieron después de mudarse definitivamente a su pueblo natal, una aldea perdida de la provincia de Burgos. También tuvo suerte porque entre su casa y el trabajo no había ni tres kilómetros. Ahora que no tenía que coger el coche para ir a trabajar, se encontraba mal, le faltaba el aire, le daban vértigos y sentía una opresión indescriptible en el pecho.
-¿Te sigue doliendo?
-Pues ya no tanto, gracias. Al principio pensé que era de corazón pero mi psicólogo me dijo que era ansiedad.
-No te confíes, Manolo, que ya sé de qué van estas cosas. ¿Te hicieron alguna placa?
-Sí, sí. Y todo correcto, de verdad, nada grave. Es ansiedad.
-¿Y los niños? ¿Los ves?
-Sí, sí. Bastante.
-¿Cuánto es bastante?
-Lo normal, el régimen de visitas.
-¿Y eso es lo normal? Vamos, hombre, no me jodas. Pide la compartida ya.
Luis no tenía la custodia compartida. Nunca la tuvo. Es más, hacía meses que no veía a su hijo de quince años y le daba bastante igual, pensaba que era un inepto, que nunca llegaría a nada, que no se le parecía en absoluto y que toda la culpa (y esto era más que recurrente) la tenía su madre por haberlo malcriado. Pero de todo esto Manolo no sabía nada pues Luis le contaba poco de su vida personal, al menos nada que a priori mereciera la pena contar. Para Manolo, Luis estaba felizmente casado, sin hijos y casi todas las noches llevaba al teatro a su mujer y le invitaba de vez en cuando a cenar a algún restaurante italiano.
-¿Qué tal Mamma Mía?
-¿Lo qué?
-El musical, se estrenó hará unos días. Me dijiste que irías con tu mujer…
-Eeeeh… ¡Ah, sí, espectacular!
Luis abrió su maletín, sacó una baraja de cartas y empezaron su partidita de remigio diaria. En realidad hacía bien poco que se conocían y el encuentro fue de lo más casual. Una tarde, Luis apareció en su casa para venderle un seguro de vida y, sin saber ni cómo ni porqué, acabó jugando al remigio con él. A partir de ese momento no había ni una sola tarde a la que Luis no acudiera a la cita. Y eso Manolo lo agradecía aunque perdiera siempre; al menos en ese rato no se sentía sólo como durante el primer año de divorcio que estuvo al borde del suicidio en más de una ocasión.  Cuando terminaron la partida, Luis se aseguró de que Manolo tomara la medicación.
-Te veo bastante mal, Manolo.
-Pues yo creo que estoy mejor.
-Eso crees pero yo te veo torpón. Además, te tiembla el pulso, pareces una abuela con Parkinson, tío. ¿Dónde me dijiste que trabajabas?
-En una fábrica de troquelado de cartón.
-¿No jodas? Pues tal como estás es hasta peligroso que vuelvas. Necesitas descansar. Sólo faltaba que te cortaras un dedo con la máquina.
Los efectos de los ansiolíticos comenzaron a actuar y Manolo entró en ese sopor absurdo y comenzó a balbucear cosas ininteligibles.
-Mañana a la misma hora me das la revancha, ¿te parece bien?
-Hasta mañana pues.- Dijo gangoseando.  
Luis marchó. Manolo puso la televisión y a los pocos minutos se quedó dormido en el sofá. Luis llegó a su casa cansado, cenó lo primero que cogió del frigorífico, puso el despertador a las seis en punto y se acostó.
A la mañana siguiente se puso el mono, aparcó frente a la fábrica y fichó a las siete en punto. Cuando terminó la jornada, antes de ponerse el traje de vendedor de seguros que cuidadosamente había puesto en su maletín junto a la baraja de cartas, se acercó a su encargado con cara de falsa preocupación.
-Pedro, ¿tienes un momentito? Me gustaría hablar contigo.
-Sí, dime.
-Nada, que es fin de mes y no sé si mañana sigo o no.
-Sí, sí. Mañana aquí a las siete, como siempre. Manolo sigue de baja, me han llamado esta mañana de la mutua. Anoche se intentó cortar las venas, el desgraciado. Me da que este no vuelve.
Luis se duchó y se afeitó en los vestuarios de la fábrica. No se pondría ese traje de mierda. Además le estaba grande, enorme, y no había planchado la camisa. Se tomaría la tarde libre e iría al bar a ver el futbol. A la mierda el remigio. Quería acostarse temprano, estar fresco para rendir al día siguiente. La faena había subido en la fábrica y había mucho cartón que troquelar. Su hijo cumplía dieciséis pero nadie le llamó para recordárselo. Se retocó el flequillo frente al espejo y sonrió.

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