viernes, 16 de octubre de 2015

BROTES VERDES



Se sentía gorda y fea. Muy vieja. No reconocía al hombre con el que se acostaba todas las noches. Era gordo y feo también. Más gordo y más feo si cabe. Ya no la tocaba, se limitaba a besarle tímidamente en los labios antes de dormir. A veces se preguntaba si se masturbaba porque ella lo hacía al menos una vez al día. Estaba cansada de irle detrás, parecía como si le pidiera un sacrificio, se sentía sucia. Era tal su desinterés que la última vez se metió el dedillo junto a él en el sofá y ni se inmutó. Ella contuvo un poquito el orgasmo por aquello de no interrumpir. Se ponía frenético al mínimo ruido y más tratándose de la última carrera del campeonato: Pedrosa contra Lorenzo, nada más y nada menos. Ella se corrió en la última vuelta, justo cuando Lorenzo apuró la frenada y rebasó a Pedrosa por el interior. Su gritito contenido coincidió con el grito de euforia de su esposo. Éste dio un salto y tiró una bolsa de ganchitos al suelo. Ella se subió discretamente las bragas y le puso los dedos en la nariz. “Esto es mejor que los ganchitos, cariño”; susurró. “Calla”, dijo él. Ella miró al suelo con desaprobación. “Luego lo recojo”, masculló apurando la cerveza. Ella se fue a la cocina a preparar algo de comer. Él se quedó enganchado a la pantalla hasta ver a Lorenzo haciendo el primo con una enorme botella de champagne y una corona de laurel sobre los hombros. Después apagó la televisión, abrió El Mundo y lo ojeó por encima, como siempre. Pero esa misma noche la vida de aquella mujer cambiaría para siempre. Aprovechó la insatisfacción para no dormir y se levantó de la cama y encendió el ordenador y casualmente conectó con un hombre misterioso que se exhibía abiertamente en una página de contactos. Le puso a mil. Había algo salvaje en él: aguileño, cejijunto y desgarbado. Tenía una polla rara, arqueada hacia un lado y no era ni más grande ni más pequeña que la de su marido. Aunque ésa sólo la viera flácida como los ganchitos que se comía viendo las motos, todavía se acordaba de cómo era empalmada. Y no, no era muy diferente pero la de aquel hombre le ponía mucho más. Estuvo ojeando fotos suyas durante toda la noche. Se detuvo en una un instante. Su polla aparecía perforando un diario haciéndole compañía a una foto del presidente del gobierno junto a un titular sugerente: Rajoy anuncia brotes verdes en la economía española para principios de 2014. Se bajó las bragas y se masturbó. El diario que sostenía el hombre de la polla torcida era ni más ni menos que El Mundo y eso la puso aún más cachonda. Gimió sin mesura. Le daba igual que se despertara su marido. Cuando terminó, apagó el ordenador y se miró en un espejo. De repente se vio sexy, atractiva y hasta morbosa. Se quitó el camisón, cogió su teléfono móvil y empezó a fotografiarse de mil maneras y en mil posturas diferentes. Dejó el teléfono en el escritorio y se fue desnuda a la habitación. Por el camino, en el comedor, pisó un ganchito. Miró al suelo y resopló. Se colocó una bata, cogió la escoba y se puso a barrer.

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