Josep presume de
ser de izquierdas, una persona liberal, abierta de mente. Pero en los últimos
años el desencanto se ha apoderado de su conciencia política. Porque él cree en
eso de la conciencia política. En su juventud fue una persona de acción,
incluso militó en un partido radical independentista allá por los años sesenta.
Se siente catalán. Muy catalán. Más catalán que el resto de la catalanidad. De
hecho, ese sentimiento es el único que le queda vivo en su corazón
políticamente concienciado. Trabaja en una óptica desde que una lesión de rodilla
le impidiera seguir trabajando en el cine. Eso es algo que nunca superó. Cayó
de una grúa y se quebró. De vez en cuando siente molestias y se queda clavado,
no puede moverla y se frustra. Piensa que su vida es aburrida, se avergüenza de
sus comodidades pero, al mismo tiempo, adora su profesión. Siente, en el fondo,
que si no fuera por la óptica hubiera sido carne de cañón. Aún así, le pica el
gusanillo de la acción política y todavía se siente útil. Frustrado, pero útil.
Hace pocos meses que regenta un club de un partido político de nueva creación,
Desperta Catalunya, se llama. DC (esas son sus siglas) es un partido
aparentemente de izquierdas e independentista pero que introduce en su programa
varios puntos de alto contenido xenófobo. Se ceba sobretodo con la comunidad
musulmana. En resumidas cuentas, DC es un partido de fanáticos donde el viejo
activista encuentra su ansiado reducto concienzudamente politizado. Allí se
mueve como pez en el agua, cuenta sus batallitas pseudo revolucionarias,
rememora los tiempos del franquismo, enseña cómo fabricar cócteles Molotov y
todas esas cosas de cuando era rebelde. Los afiliados del DC son jóvenes de
todas las tendencias, muchos de ellos hijos de andaluces y extremeños, chicos y
alguna chica que no llegan a la treintena, una amalgama de cabezas rapadas,
alguna cresta y poco futuro en el horizonte. Josep tiene cierto poder sobre el
grupo, sobretodo con su líder, Enric. Enric es un chaval recién licenciado en
derecho convencido de que los musulmanes han venido a reconquistarnos, a barrer
nuestra cultura. También se siente catalán. Muy catalán. Más catalán que el
resto de la catalanidad. Y cree (está convencido) que el enemigo no sólo es
España, si no que también es el Magreb. Habla del Reino de Aragón, de Jaume I,
de los Almogàvers y de la conquista del Mediterráneo con la misma pasión y
entusiasmo que Hitler lo hacía de Wagner, de Sigfrido o de los Nibelungos esos.
Pero es cobarde. Tiene un cuadro tan paranoide que siempre piensa que le
siguen, que le espían. Tan solo se remite a hacer propaganda barata en la plaza
del pueblo, pegar algún que otro cartel y emborracharse después de los mítines.
No obstante, ahora preparan algo grande, una acción sin precedentes y altamente
arriesgada. Josep lo propone en asamblea y todos están a favor. Nadie vota en
contra. Nadie se abstiene. Pero nadie se presenta voluntario. Sólo Josep, el
viejete incorruptible, el óptico que casi llegó a director de cine. La acción
es peligrosa, no es cuestión de dejar que la lleve a cabo una sola persona, así
que Enric, en su paranoia maniático persecutoria, considera que los cuatro
recién afiliados al partido acompañen a Josep en la acción subversiva como
prueba de compromiso para con el DC y su ideario. El acto reivindicativo (así
lo llaman y así lo escriben en el acta) consiste en increpar a los inmigrantes
que hacen cola en la Delegación de Extranjería.
En breve se
llevará a cabo. Josep, megáfono en mano, encabezará a la cuadrilla mientras los
demás tirarán octavillas, insultarán, escupirán y patearán inmigrantes y,
cuando venga la policía, todos correrán como gallinas. Entonces, el bueno de
Josep sentirá molestias en su rodilla y se quedará clavado con esa cara de
gilipollas que se le queda a los líderes que no llegan ni a mártires. No podrá
moverla. Será inútil todo esfuerzo. Al día siguiente su silla en la óptica
estará vacía. Al otro le llamarán por teléfono y al cabo de un mes ya tendrán
un sustituto.
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