Aquella tarde subió al coche y puso la radio de
regreso a casa. Iba pensando en su vida, recordando cosas, reconstruyendo lo
que sería de él si hubiera tomado las decisiones que nunca tomó. De repente,
sonó un golpe fuerte en el capó. Había atropellado a un gato. Estacionó en el
arcén y salió del coche. El minino sufría espasmos en la calzada. Lo cogió en
brazos y se sentó en un viejo pivote de señalización de kilómetros. El sol cayó
lentamente al otro lado de la montaña y el gato dejó de moverse. Estuvo allí
sentado hasta que la luna brilló inmensa en el cielo. Subió al coche y reanudó
la marcha. Ya no pudo pensar en nada más.La hora del rinoceronte es aquella en la que los humanos retozan al sol cerca de una charca donde refrescarse o bien contemplan la lluvia bajo algún árbol tupido de sábanas verdes. Se tocan unos a otros y se miran y se escuchan y se leen en ese instante mágico donde todo es propicio menos el trabajo y la obligación. La hora del rinoceronte es la hora de los humanos en peligro de extinción, el cobijo de los soñadores, el rincón de la procrastinación.
sábado, 22 de agosto de 2015
DECISIONES
Aquella tarde subió al coche y puso la radio de
regreso a casa. Iba pensando en su vida, recordando cosas, reconstruyendo lo
que sería de él si hubiera tomado las decisiones que nunca tomó. De repente,
sonó un golpe fuerte en el capó. Había atropellado a un gato. Estacionó en el
arcén y salió del coche. El minino sufría espasmos en la calzada. Lo cogió en
brazos y se sentó en un viejo pivote de señalización de kilómetros. El sol cayó
lentamente al otro lado de la montaña y el gato dejó de moverse. Estuvo allí
sentado hasta que la luna brilló inmensa en el cielo. Subió al coche y reanudó
la marcha. Ya no pudo pensar en nada más.
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