Después de algunas compras y de llevar a su hijo al colegio, estuvieron
discutiendo hasta la hora de comer. Dispararon sus mejores balas justo cuando
se tenían que ir a trabajar. A su regreso, el piso se convirtió en trinchera y
las habitaciones en submarinos acorazados. Cuando uno de ellos quiso follar
para firmar el armisticio, el otro se enrocó detrás de su hijo y disparó
cerbatanas paralizantes. El niño se fue a la cama. Los amantes odiantes
pusieron la televisión y se rozaron como por accidente. Al día siguiente
hicieron algunas compras y llevaron a su hijo al colegio. Discutieron hasta la
hora de comer y, qué curioso, dispararon sus mejores balas justo cuando se
tenían que ir a trabajar.La hora del rinoceronte es aquella en la que los humanos retozan al sol cerca de una charca donde refrescarse o bien contemplan la lluvia bajo algún árbol tupido de sábanas verdes. Se tocan unos a otros y se miran y se escuchan y se leen en ese instante mágico donde todo es propicio menos el trabajo y la obligación. La hora del rinoceronte es la hora de los humanos en peligro de extinción, el cobijo de los soñadores, el rincón de la procrastinación.
miércoles, 5 de agosto de 2015
BALADA DE LOS AMANTES ODIANTES
Después de algunas compras y de llevar a su hijo al colegio, estuvieron
discutiendo hasta la hora de comer. Dispararon sus mejores balas justo cuando
se tenían que ir a trabajar. A su regreso, el piso se convirtió en trinchera y
las habitaciones en submarinos acorazados. Cuando uno de ellos quiso follar
para firmar el armisticio, el otro se enrocó detrás de su hijo y disparó
cerbatanas paralizantes. El niño se fue a la cama. Los amantes odiantes
pusieron la televisión y se rozaron como por accidente. Al día siguiente
hicieron algunas compras y llevaron a su hijo al colegio. Discutieron hasta la
hora de comer y, qué curioso, dispararon sus mejores balas justo cuando se
tenían que ir a trabajar.
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