jueves, 23 de julio de 2015

PEQUEÑA VENGANZA



Su cuñado le había invitado a su casa y a él le parecía extraño. Cómo podía ser, se preguntaba, si desde que se separó ya no era su cuñado. Además siempre se ha sentido incómodo en su casa y no podía entender, de ningún modo, qué interés podía tener en volverle a ver la cara. Cuando le llamó por teléfono estaba intentando descansar. Ese fin de semana le tocaba con su hijo y había pasado todo el día detrás de él corriendo de un lado a otro como un poseso. Eso no se toca, ven aquí, no corras tanto, caca, eso es caca... Le había puesto los dibujos animados para darse un respiro y justo en ese momento, su cuñado le reclama. Hay que joderse, pensó. Le dijo que tenían la cena preparada, que habían comprado un pato y jamón de bellota. Él empezó a salivar, abrió el frigorífico con el teléfono enganchado a la oreja y observó la miserable situación alimenticia en la que se encontraba. “Es un poco tarde, ¿no crees?”, dijo. Guardó unos segundos de silencio. “Ok, vamos para allá. Calculo que llegaremos en una hora, cosa así”. Subió a su hijo al coche después de una fuerte rabieta. El niño quería quedarse en casa de su padre, entre el desorden de libros apilados en el suelo y polvo en suspensión, viendo los dibujos y comiendo helados de vainilla de marca blanca. Pero él quería cenar bien y hacía tiempo que no probaba el jamón de bellota. Sólo tenía que aguantar un rato a su excuñado y ya está. Además, hacía más de un año que no le veía y seguro que las cosas habían cambiado, al menos entre ellos dos. Ya no había presión de ningún tipo. Ahora se podía mostrar tal y como era en realidad. Su hijo pasó todo el viaje enfurruñado. “Ya verás como lo pasarás bien”, le dijo mientras aparcaba el coche frente a la casa. “Además, ¿hace cuánto que no ves a tu prima?” “Mi prima es tonta”, dijo el niño con la cara llena de mocos y el pelo enmarañado. Al salir del coche, cogió a su hijo en brazos y le dijo algo al oído. Ambos rieron pícaramente, como si planificaran una travesura. Antes de entrar en casa les obligaron a quitarse los zapatos. Él hizo como que no se acordaba pero lo sabía perfectamente. Toda la casa estaba alfombrada de tapices persas venidos directamente de Irán y les habían costado una fortuna. Su cuñada había prendido barras de incienso de la India por toda la casa: enorme, de techos altos y grandes ventanales. Se sentaron en la mesa. El niño tosió. “Ya, es un poco fuerte este incienso”, dijo ella. “Lo compramos en la India. Este año hemos estado un mes, por lo de los cursos de meditación trascendental” “Vaya, dijo él, yo estas vacaciones he llevado al mocoso a Isla Fantasía. Lo pasamos muy bien, ¿verdad, hijo?” El niño asintió con la cabeza. Su prima hizo un ademán de asco. Qué cutre, pensó. La cuñada puso un plato de jamón encima de la mesa y una botella de vino. “Este vino es buenísimo, de la Borgoña, pruébalo”, dijo el cuñado. Él llenó todas las copas excepto la de su cuñado. “¿Para qué compras vino si eres abstemio?”, le preguntó. “Lo compré en un viaje de negocios, todo el mundo compra vino en la Borgoña”. Él no quería que llegara la sobremesa. Era terrible la sobremesa. Le daba miedo la sobremesa. Siempre acababa hablando más de la cuenta con un par de copas de más. Así que se levantó y dijo que se marchaban, que tenía cosas urgentes que hacer al día siguiente. Todo mentira. Al día siguiente no tenía que hacer nada en absoluto. “Espera, dijo la cuñada, no os vayáis que en un rato viene mi hermana” Su hermana era su exmujer. “¿Quieres una copita de algo?”, le dijo. Lo sabía, sabía que iba a pasar eso. Ahora no podía echarse atrás. “Vale, dijo, ponme un whisky”. Ella le sirvió un whisky y él se sentó en el sofá. Su cuñado se empezó a poner pesado hablando de política mientras los niños se peleaban en el salón. Ni una palabra, pensó él, hablemos de fútbol, por favor. “Parece que el Barça se ha reforzado mucho este año, ¿no?” Pero el tipo siguió con el rollo de la crisis y de la necesidad de votar en las próximas elecciones para castigar al partido del poder y bla, bla, bla... Todo esto lo decía con un ojo puesto en su sobrino. Estaba tenso por si rompía cualquier figurita del comedor. Él se preguntaba el por qué de tanta preocupación por la política y la situación económica del país cuando le iba de puta madre, tenía una casa impresionante, un cochazo de lujo, un apartamento en Cap de Creus y hasta un yate de muchos metros de eslora. “No digas nada, pensó, o te llamará antisistema y te ridiculizará, como siempre. Lo hará cuando venga tu exmujer, lo tiene todo preparado, seguro.” Se levantó del sofá, apuró el whisky y se puso la chaqueta. “Nos vamos”, le dijo al mocoso guiñándole el ojo izquierdo. “¿Ya?”, dijo su excuñado. “Sí, ya te dije que mañana tengo cosas que hacer”. Les acompañó a la puerta y se despidieron efusivamente. “Que tengas suerte”, dijo. “Lo mismo digo”, dijo el otro. Su mujer se acercó y le dio dos besos al niño. “Meritxell, ¿no le das dos besitos a tu primo?”, le dijo a su hija. La niña negó tajantemente con la cabeza y se marchó a su cuarto. Él volvió a guiñarle el ojo a su hijo, ésta vez el derecho, como habían acordado previamente. Llegó el momento. El mocoso se sacó la churra y orinó sobre la alfombra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario