Mercè se enamoró de él a primera vista: un hombre
tan racial, morenazo de película, de mirada profunda y agitanada. Se
conocieron en la boda de su amiga Marta, compañera de trabajo en el Departament
de Justicia de la Generalitat. Hasta el momento, Mercè llevaba una vida
tranquila. Vivía sola en un apartamento precioso en Sarriá, de vez en cuando
iba al cine y los domingos solía emplearlos para visitar museos. Siempre iba
con Enric, su mejor amigo. Enric era un tipo amanerado y culto, un mariquita
refinado y muy simpático. Vivía con su pareja, Julio, un tipo muy duro e
ignorante que se pasaba media vida en el gimnasio y disfrutaba viendo boxeo los
sábados por la noche en Marca Tv. Vivían en un principal en la Eixample de
Barcelona. Enric era publicista y diseñador gráfico, le iba bastante bien.
Julio trabajaba como transportista para una empresa extranjera de logística y
tampoco le iba mal. Hacía tiempo que Mercè ni le llamaba ni le cogía el
teléfono. Estaba preocupado. Desde que Manuel, el hombre racial, morenazo de
película, con mirada profunda y agitanada, se había ido a vivir con ella, no
daba señales de vida, ni un mensaje, ni un Whats App... Nada. De hecho, desde el
día en que se lo presentó, desapareció como si se la hubiera tragado la tierra.
Al principio pensó que era algo transitorio, Mercè era tímida con los hombres y
se enamoraba con cierta facilidad. Pero fueron pasando los años y la barrera
del tiempo hizo que ambos se olvidaran el uno del otro. Enric no lo llevaba muy
bien con su pareja. Discutían cada dos por tres. Él siempre le recriminaba que
fuera tan apalancado, que los únicos días libres que tenía se los pasara en el
gimnasio o viendo dvd’s de artes marciales. Quería salir, disfrutar de la vida,
retomar aquellas visitas a museos los domingos por la tarde. Pero Julio
detestaba la cultura; se la sudaba, la cultura; se limpiaba el culo con la
cultura y después tiraba de la cadena sin mirar el inodoro. Y eso a él le ponía
triste. Una noche, después de una discusión en la que se puso a dar gritos como una histérica y Julio rompió todos los armarios del piso a puñetazos y salió dando un portazo, se intentó cortar las venas con una cuchilla de afeitar pero sólo logró hacerse un pequeño corte a la altura de la muñeca. En seguida lo desinfectó y se puso una tirita. Mientras tanto, su pareja tomaba daiquiris en un pub de ambiente dispuesto a resarcirse de todas aquellas fiestas que no se había permitido por estar con el pichafloja de su novio. Así se lo dijo al camarero y el camarero le escuchó con la compasión de los camareros: “¿Otro daikiri? Con este van cinco, que lo sepas”. Entretanto, Enric lloriqueaba en la butaca del salón. Había preparado varios barbitúricos junto a una botella de MacAllan reserva y había puesto la televisión como por hacer algo. Se tomó una pastilla, le dio un sorbo al whisky e hizo zapping hasta detenerse en Marca Tv. Estalló en lágrimas cuando vio a los púgiles darse de hostias en el cuadrilátero. Apagó la tele y tiró el mando al suelo con rabia. Las pilas saltaron por los aires y el silencio se apoderó del salón como algo inesperado. Pasó media hora larga y, de repente, sonó el teléfono. Era Mercè. Enric sonrió. Su cara cambió de repente. Quería decirle tantas cosas a su amiga recuperada. Su llamada fue un rescate, algo parecido a música celestial. Pero Mercè no le dejó hablar en ningún momento. Le dijo que hacía un año que se había separado de Manuel, que le arruinó la vida, que se aprovechó de ella todo lo que pudo y más, que era un chulo, que no trabajaba ni quería trabajar, que iba de artista, que tuvo un hijo con él, que le denunció por malos tratos, que tiene una orden de alejamiento, que día sí y día también le espera en la puerta de la oficina para pedirle dinero, que es cocainómano, que le debe pasta a todo el mundo... Enric no quería oír eso. Quería hablar de su miserable vida, no quería escuchar la miserable vida de los demás y le colgó el teléfono dejándola con la palabra en la boca. Tuvo un pequeño remordimiento pero pensó que si se había tirado cuatro años sin hablar con ella podrían pasar cuatro más perfectamente sin problema ni resquemores. No quería que le calentaran la oreja y punto. Agarró un puñado de pastillas de diferentes colores y se las tragó. Pasó un rato y se quedó frito en la butaca. Su barriguita se inflaba y desinflaba plácidamente y un hilillo de baba resbalaba por el cuello de su pijama de cachemir.
Sonó la puerta. El cajón de un mueble cayó al suelo y sonó un crack en el pasillo. Se oyeron risas. Enric despertó sonámbulo y fue a su habitación. Julio follaba con otro en su lado de la cama. Pararon un instante. Julio se levantó con una erección de mil demonios, pasó las manos por los ojos abiertos de Enric y no reaccionaron, le acompañó hasta el pico de la cama y le quitó el pijama. “¿Y éste?”, preguntó Enric entre sueños. “¿Éste? Un amigo. Se llama Manuel. Anda, acuéstate, cariño. Estás muy cansado”. Enric se tumbó en posición fetal. Pasaron unos minutos hasta que el aliento de su novio empezó a calentarle la oreja.
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