Aziz tiene dieciséis años. Manel también. Son compañeros de clase aunque
nunca van a clase. Se aburren. Fuman. Con algo de suerte cae un petardillo y si
juntan algunas monedas puede que caigan un par de litronas. Aziz bebe. Le da
igual Mahoma y Alá y todo eso junto. Manel también bebe. Lo hace por mimetismo.
Su padre bebía. Su abuelo también. No es algo malo, piensa, no debe ser malo.
Suspendieron todas menos gimnasia. El padre de Aziz
está parado. Trabajaba en la construcción. El de Manel falleció en un accidente
laboral. Limpiaba los depósitos de las gasolineras y la empresa nunca les
indemnizó. Las tardes de verano en el polígono industrial son largas y
tediosas. Pasan las horas y nunca pasa nada. Compiten para ver quien escupe más
lejos, saltan las tapias de las fábricas, hacen sonar las alarmas de los
almacenes y se esconden para contemplar la cara de gilipollas del vigilante de
seguridad de turno. A parte de eso poco más. Móvil sin saldo. Internet a
velocidad de tortuga. Durum a medias y mucho calor. Demasiado calor. En el piso
no se puede estar. Es incluso peor que el polígono industrial. En el piso te
chamuscas. Vuelta y vuelta. Como los pollos girando sobre sí mismos en el
asador. Pero un día a la semana suelen darse un regalazo. Ellos lo llaman el
Present Day. Así, en plan chulo, con entonación americana y todo: Present Day. Y lo cantan: Present Day... oh, oh, oh... Present
Day... yes, yes, yes... Se cuelan en el metro y van al barrio más rico de
la ciudad. Pasean por el centro comercial. Qué bien se está en el centro
comercial. Qué fresquito más rico hace en el centro comercial. Cuantas cosas
hay en el centro comercial. Present Day... oh,
oh, oh... Present Day... yes, yes, yes... Manel roba unas
zapatillas deportivas de su talla y tira las que lleva a la basura. También se
hacen con algunas estupideces inútiles por el hecho de robar algo y suben a la
zona de chalets. Present Day... oh, oh, oh...
Present Day... yes, yes, yes... Se quitan las camisetas, saltan las tapias y se
meten en las piscinas de las torres y de los bloques de apartamentos. Hacen
piruetas, volteretas, mortales hacia delante, mortales hacia atrás... Qué
fresquito, qué bien se está debajo del agua, mejor que en el polígono
industrial, se dicen. Y gritan, Present Day. Y cantan, Present Day. Y gozan,
Present Day. Sale un hombre enfadado con una barra de hierro de no se sabe
donde. Tiene cara de gilipollas, como los vigilantes de seguridad del polígono
industrial. Está enfadado. No tiene un Present Day. De eso no cabe la menor
duda. Manel huye con las zapatillas nuevas en la mano. Aziz sale del agua
asustado, va descalzo. El hombre grita, insulta, corre tras ellos. No les
pilla. Sabe que no les pillaría nunca. Pero lanza la barra a ver si les da. No
les da. Manel salta la tapia. El pie de Aziz se queda trabado y cae al suelo.
Cuatro metros. Manel petrificado. Las zapatillas nuevas caen en el asfalto. El
hombre se acerca al lugar jadeante, toma aire, coge su móvil y llama a la
policía.La hora del rinoceronte es aquella en la que los humanos retozan al sol cerca de una charca donde refrescarse o bien contemplan la lluvia bajo algún árbol tupido de sábanas verdes. Se tocan unos a otros y se miran y se escuchan y se leen en ese instante mágico donde todo es propicio menos el trabajo y la obligación. La hora del rinoceronte es la hora de los humanos en peligro de extinción, el cobijo de los soñadores, el rincón de la procrastinación.
jueves, 25 de junio de 2015
PRESENT DAY
Aziz tiene dieciséis años. Manel también. Son compañeros de clase aunque
nunca van a clase. Se aburren. Fuman. Con algo de suerte cae un petardillo y si
juntan algunas monedas puede que caigan un par de litronas. Aziz bebe. Le da
igual Mahoma y Alá y todo eso junto. Manel también bebe. Lo hace por mimetismo.
Su padre bebía. Su abuelo también. No es algo malo, piensa, no debe ser malo.
Suspendieron todas menos gimnasia. El padre de Aziz
está parado. Trabajaba en la construcción. El de Manel falleció en un accidente
laboral. Limpiaba los depósitos de las gasolineras y la empresa nunca les
indemnizó. Las tardes de verano en el polígono industrial son largas y
tediosas. Pasan las horas y nunca pasa nada. Compiten para ver quien escupe más
lejos, saltan las tapias de las fábricas, hacen sonar las alarmas de los
almacenes y se esconden para contemplar la cara de gilipollas del vigilante de
seguridad de turno. A parte de eso poco más. Móvil sin saldo. Internet a
velocidad de tortuga. Durum a medias y mucho calor. Demasiado calor. En el piso
no se puede estar. Es incluso peor que el polígono industrial. En el piso te
chamuscas. Vuelta y vuelta. Como los pollos girando sobre sí mismos en el
asador. Pero un día a la semana suelen darse un regalazo. Ellos lo llaman el
Present Day. Así, en plan chulo, con entonación americana y todo: Present Day. Y lo cantan: Present Day... oh, oh, oh... Present
Day... yes, yes, yes... Se cuelan en el metro y van al barrio más rico de
la ciudad. Pasean por el centro comercial. Qué bien se está en el centro
comercial. Qué fresquito más rico hace en el centro comercial. Cuantas cosas
hay en el centro comercial. Present Day... oh,
oh, oh... Present Day... yes, yes, yes... Manel roba unas
zapatillas deportivas de su talla y tira las que lleva a la basura. También se
hacen con algunas estupideces inútiles por el hecho de robar algo y suben a la
zona de chalets. Present Day... oh, oh, oh...
Present Day... yes, yes, yes... Se quitan las camisetas, saltan las tapias y se
meten en las piscinas de las torres y de los bloques de apartamentos. Hacen
piruetas, volteretas, mortales hacia delante, mortales hacia atrás... Qué
fresquito, qué bien se está debajo del agua, mejor que en el polígono
industrial, se dicen. Y gritan, Present Day. Y cantan, Present Day. Y gozan,
Present Day. Sale un hombre enfadado con una barra de hierro de no se sabe
donde. Tiene cara de gilipollas, como los vigilantes de seguridad del polígono
industrial. Está enfadado. No tiene un Present Day. De eso no cabe la menor
duda. Manel huye con las zapatillas nuevas en la mano. Aziz sale del agua
asustado, va descalzo. El hombre grita, insulta, corre tras ellos. No les
pilla. Sabe que no les pillaría nunca. Pero lanza la barra a ver si les da. No
les da. Manel salta la tapia. El pie de Aziz se queda trabado y cae al suelo.
Cuatro metros. Manel petrificado. Las zapatillas nuevas caen en el asfalto. El
hombre se acerca al lugar jadeante, toma aire, coge su móvil y llama a la
policía.
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