Sin saber ni cómo, ni cuándo ni porqué, la gente se fue apagando como
fundido en negro, las sonrisas se invirtieron en sus caras y sus deseos e
ilusiones se tornaron en inercias automatizadas. Así transcurrieron los días
sin el mayor interés que el de coleccionar cosas, amar cosas, usar cosas,
poseer cosas, desear cosas. Anhelo constante, trabajo trámite, tiempo perdido,
días contados, sudor inútil, frustración. Una
mañana, sin saber ni cómo ni porqué, todas las cosas comenzaron a ascender como
por arte de magia, desafiando la ley gravitatoria. Cosas de cocina, cosas con
ruedas, cosas de cosas y más cosas subieron al cielo y le quitaron su brillo.
La gente salió a la calle a contemplar atónita el acontecimiento. De repente,
una luz brillante surgió del cielo y cegó a los presentes. Un niño sonrió.
"Mira papá, ya llegó, ya está aquí, es el día del juicio inicial." Su
padre le cogió de la mano y sonrió.

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