martes, 16 de junio de 2015

GRAN DANÉS



Demasiada presión. El plazo de entrega vencía y no se le ocurría nada, ni tan siquiera una imagen casual o una frase absurda que le llevara al eslogan perfecto. Nada, vacío, neblina de cigarro mal apagado. Había llegado el momento de separar su vida personal de la profesional así que tomó la determinación de no salir de su estudio. Se lo dijo a su mujer pero ella estaba más pendiente de una convención de japoneses que, justamente, coincidía con la fecha de entrega del spot. Tenía que ser un anuncio fresco, contundente; pero la marca ni era fresca y ni mucho menos contundente. Estaba en la ruina y el iluminado del director general decidió invertir el dinero ahorrado en sueldos después de la última reestructuración, en una campaña publicitaria agresiva. Como siempre, sabía cómo lo quería: algo fuerte, impactante. Pero no lo que quería. Eso era un asunto que tenía que resolver él en aquellas cuatro paredes de su estudio mientras sonaba el teléfono una y otra vez con las últimas condiciones del inepto del director general. A veces le llamaba para que saliera su perro en el anuncio, un gran danés que cuando se ponía a dos patas casi le rozaba la cara con las pelotas. El director general de Frenos Constancia SL era un tipo de poco más de metro y medio que iba de excéntrico y eso al joven publicista le ponía enfermo. No entendía por qué un personaje tan gris y falto de sensibilidad podía ir de algo que no era. 

Antes de que le concedieran el trabajo insistió infinidad de veces en que él no era la persona más indicada para llevarlo a cabo. Pero su socio y compañero estaba demasiado ocupado con el asunto de su separación. Era trabajo y muy bien remunerado, no lo podía dejar escapar si en agosto quería dejar a los niños en un campamento inglés e irse de viaje por las islas del Adriático. Necesitaba esas vacaciones. No sabía si era por descansar o por contentar a su mujer aunque él prefiriera comprarse el equipo de steady-cam completo y rodar travellings infinitos. La imagen era su obsesión. Lo grababa todo y por las noches lo editaba en su Mac. Había noches que no dormía montando estupideces sin sentido. Era su afición. La noche antes de que expirara el plazo tiró de archivo y deglutió todos los montajes absurdos que había hecho desde que fundó la agencia con el fin de sacar algo de provecho, pero nada encajaba con los jodidos últimos modelos de freno de disco Constancia Golden Deluxe. Pensaba que eran invendibles y de una calidad pésima. Se había empapado de todos los modelos de discos de freno del mercado, de marcas y productos del sector. Había leído unas cuarenta veces la historia de Frenos Constancia SL y el estudio de mercado con todos los anexos de imagen y marketing, las posibilidades de abrir el target del spot a un público juvenil, tratar de desencorsetar el producto… Todo. Y no encontraba la imagen, no le entraban las palabras. 

Se durmió y despertó sobre las dos de la madrugada. Aturdido, pensó en un estimulante y recordó que en algún rincón de la estantería tenía unas anfetaminas que quedaron por ahí la noche de la fiesta de inauguración de la agencia. Se tragó una acompañada de una copa de MacAllan reserva, vio en su ordenador la ventana de la página web de Frenos Constancia abierta y leyó en voz alta: “Frenos Constancia SL es la compañía decana de frenos de España. Con más de treinta años a su servicio le ofrecemos la más alta gama de frenos para su automóvil. El 15 de junio de 1978, Enrique Carrillo fundó la primera planta de producción…” Dejó de leer y se quedó contemplando la pantalla con cara de lelo durante un buen rato. De repente, pensó en lo absurdo de la situación y rompió a reír. “Enrique Carrillo es un soplapollas, ¿qué coño se habrá creído, Napoleón Bonaparte, Gandhi, Reagan?”, dijo en voz baja. Continuó mascullando improperios y comparó al director general con Jesús de Nazareth, con San Pedro, con Mahoma… Cualquier dios, semidiós o profeta le valía. El eslogan tenía que ser algo místico, algo que los humanos no pudieran alcanzar nunca. A las cuatro de la madrugada había dado con la frase mágica. Era absurda. Pero daba igual. Ahora faltaba la imagen. Pensó en dar una vuelta. Eran poco más de las cinco, la hora ideal para ir al polígono industrial. En sus noches de insomnio solía ir al polígono industrial de un barrio periférico a pocos kilómetros de su barrio residencial y aquella noche no iba a ser menos. Instaló su cámara de video en el salpicadero del coche gracias a un soporte especial a base de lapas último modelo, se abrochó el cinturón y arrancó su BMW con determinación. Cuando llegó al polígono se detuvo en una de esas largas rectas que suelen tener todos los polígonos y pisó a fondo. La cámara registraba la calzada a toda velocidad. Cuando llegaba al final de la recta frenaba en seco, daba la vuelta y comenzaba otra vez. Y así una vez y otra vez, quemando neumáticos, hasta que súbitamente chocó con algo, dio marcha atrás y se esfumó.

Esa misma mañana editaba lo grabado mientras hablaba con su mujer por teléfono. “El coche está para la chatarra, cariño. No, no… tranquila, estoy bien, lo otro lo cubre el seguro, no te preocupes. Iré a cenar. Un beso, amor”. Colgó el teléfono y paró la imagen del ordenador. Estaba tranquilo, aliviado. Rebobinó unos frames y reanudó la reproducción: la calzada a toda velocidad, un hombre con el mono de trabajo manchado de grasa habla por teléfono mientras cruza la calle, colisión y salpicadura de sangre en la luna delantera. Rebobinó de nuevo y, justo antes de la colisión, metió un fundido en negro. “Constancia Golden Deluxe. No frenan. Detienen el tiempo”, dijo con sorna. Lo tenía todo, la imagen, las palabras… Sólo había algo que le faltaba para completarlo y no era otra cosa que el jodido gran danés. Puto perro.  

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