Demasiada presión. El plazo de
entrega vencía y no se le ocurría nada, ni tan siquiera una imagen casual o una
frase absurda que le llevara al eslogan perfecto. Nada, vacío, neblina de
cigarro mal apagado. Había llegado el momento de separar su vida personal de la
profesional así que tomó la determinación de no salir de su estudio. Se lo dijo
a su mujer pero ella estaba más pendiente de una convención de japoneses que,
justamente, coincidía con la fecha de entrega del spot. Tenía que ser un
anuncio fresco, contundente; pero la marca ni era fresca y ni mucho menos
contundente. Estaba en la ruina y el iluminado del director general decidió
invertir el dinero ahorrado en sueldos después de la última reestructuración,
en una campaña publicitaria agresiva. Como siempre, sabía cómo lo quería: algo
fuerte, impactante. Pero no lo que quería. Eso era un asunto que tenía que
resolver él en aquellas cuatro paredes de su estudio mientras sonaba el
teléfono una y otra vez con las últimas condiciones del inepto del director
general. A veces le llamaba para que saliera su perro en el anuncio, un gran
danés que cuando se ponía a dos patas casi le rozaba la cara con las pelotas.
El director general de Frenos Constancia SL era un tipo de poco más de metro y
medio que iba de excéntrico y eso al joven publicista le ponía enfermo. No
entendía por qué un personaje tan gris y falto de sensibilidad podía ir de algo
que no era.
Antes de que le concedieran el
trabajo insistió infinidad de veces en que él no era la persona más indicada
para llevarlo a cabo. Pero su socio y compañero estaba demasiado ocupado con el
asunto de su separación. Era trabajo y muy bien remunerado, no lo podía dejar
escapar si en agosto quería dejar a los niños en un campamento inglés e irse de
viaje por las islas del Adriático. Necesitaba esas vacaciones. No sabía si era
por descansar o por contentar a su mujer aunque él prefiriera comprarse el
equipo de steady-cam completo y rodar travellings infinitos. La imagen era su
obsesión. Lo grababa todo y por las noches lo editaba en su Mac. Había noches
que no dormía montando estupideces sin sentido. Era su afición. La noche antes
de que expirara el plazo tiró de archivo y deglutió todos los montajes absurdos
que había hecho desde que fundó la agencia con el fin de sacar algo de
provecho, pero nada encajaba con los jodidos últimos modelos de freno de disco
Constancia Golden Deluxe. Pensaba que eran invendibles y de una calidad pésima.
Se había empapado de todos los modelos de discos de freno del mercado, de
marcas y productos del sector. Había leído unas cuarenta veces la historia de
Frenos Constancia SL y el estudio de mercado con todos los anexos de imagen y
marketing, las posibilidades de abrir el target del spot a un público juvenil,
tratar de desencorsetar el producto… Todo. Y no encontraba la imagen, no le
entraban las palabras.
Se durmió y despertó sobre las
dos de la madrugada. Aturdido, pensó en un estimulante y recordó que en algún
rincón de la estantería tenía unas anfetaminas que quedaron por ahí la noche de
la fiesta de inauguración de la agencia. Se tragó una acompañada de una copa de
MacAllan reserva, vio en su ordenador la ventana de la página web de Frenos
Constancia abierta y leyó en voz alta: “Frenos
Constancia SL es la compañía decana de frenos de España. Con más de treinta
años a su servicio le ofrecemos la más alta gama de frenos para su automóvil.
El 15 de junio de 1978, Enrique Carrillo fundó la primera planta de
producción…” Dejó de leer y se quedó contemplando la pantalla con cara de
lelo durante un buen rato. De repente, pensó en lo absurdo de la situación y
rompió a reír. “Enrique Carrillo es un soplapollas, ¿qué coño se habrá creído,
Napoleón Bonaparte, Gandhi, Reagan?”, dijo en voz baja. Continuó mascullando
improperios y comparó al director general con Jesús de Nazareth, con San Pedro,
con Mahoma… Cualquier dios, semidiós o profeta le valía. El eslogan tenía que
ser algo místico, algo que los humanos no pudieran alcanzar nunca. A las cuatro
de la madrugada había dado con la frase mágica. Era absurda. Pero daba igual. Ahora
faltaba la imagen. Pensó en dar una vuelta. Eran poco más de las cinco, la hora
ideal para ir al polígono industrial. En sus noches de insomnio solía ir al
polígono industrial de un barrio periférico a pocos kilómetros de su barrio
residencial y aquella noche no iba a ser menos. Instaló su cámara de video en
el salpicadero del coche gracias a un soporte especial a base de lapas último
modelo, se abrochó el cinturón y arrancó su BMW con determinación. Cuando llegó
al polígono se detuvo en una de esas largas rectas que suelen tener todos los
polígonos y pisó a fondo. La cámara registraba la calzada a toda velocidad.
Cuando llegaba al final de la recta frenaba en seco, daba la vuelta y comenzaba
otra vez. Y así una vez y otra vez, quemando neumáticos, hasta que súbitamente chocó
con algo, dio marcha atrás y se esfumó.
Esa misma mañana editaba lo
grabado mientras hablaba con su mujer por teléfono. “El coche está para la chatarra,
cariño. No, no… tranquila, estoy bien, lo otro lo cubre el seguro, no te
preocupes. Iré a cenar. Un beso, amor”. Colgó el teléfono y paró la imagen del
ordenador. Estaba tranquilo, aliviado. Rebobinó unos frames y reanudó la reproducción: la calzada a toda velocidad, un
hombre con el mono de trabajo manchado de grasa habla por teléfono mientras
cruza la calle, colisión y salpicadura de sangre en la luna delantera. Rebobinó
de nuevo y, justo antes de la colisión, metió un fundido en negro. “Constancia
Golden Deluxe. No frenan. Detienen el tiempo”, dijo con sorna. Lo tenía todo, la
imagen, las palabras… Sólo había algo que le faltaba para completarlo y no era
otra cosa que el jodido gran danés. Puto perro.

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