sábado, 10 de febrero de 2018

MUNIR

Terminó la jornada con sabañones en las orejas, el frío del olivar en enero no era algo que estuviera hecho para él. No le gustaba España, prefería vivir en su pueblo, una aldea cerca de Tetuán, en el corazón del Rif, pero allí no había más que miseria. Moha tenía veinticuatro años y llevaba tres merodeando por el Camp de Tarragona en busca de oportunidades. No tenía estudios y apenas sabía hablar español. Vivía en casa de su paisano Yussuf, al que no le iban mal las cosas, tenía una parada de fruta en el mercadillo de Calafell y con eso iba tirando hasta al punto de poderse comprar un coche y reventarlo de cachivaches todos los agostos en sus visitas vacacionales a Marruecos. Allí también hacía negocio y revendía sus viejos electrodomésticos entre sus paisanos. Algunos los regalaba a cambio de algún favor y así pasaba los veranos él y su familia. De vez en cuando mataba algún cordero e invitaba a media aldea en una especie de ceremonia solidaria que en realidad no era más que una muestra de ostentación. Todas las jovencitas del pueblo querían irse con Ayman, su hijo mayor y más o menos de la misma edad que Moha, para así salir de aquel secarral de cabras famélicas y vivir en España, donde todo era posible menos el fracaso. Moha anhelaba su estatus y sentía cierta envidia cada vez que veía a Ayman en el coche de su padre, con sus Rayban modelo Stallone y su paquete de Marlboro en el salpicadero, siempre reluciente, como acabado de estrenar.

Fátima, la mujer de Yussuf, le untó una pomada en las orejas para paliar el escozor. La cena estaba ya en la mesa. Yussuf esperaba paciente a que su mujer acabara con Moha y se sentara a comer; miraba con expresión neutra la televisión mientras picoteaba arbequinas para quitarse el gusanillo de la tripa. Ayman, por su parte, estaba más pendiente de su teléfono móvil que de lo que acontecía alrededor. La televisión retransmitía un soporífero partido entre el Deportivo de la Coruña y la Unión Deportiva Las Palmas y Aasiyah, la pequeña de la familia, jugaba a cambiarle hiyabs a su destartalada muñeca Barbie. Cortaba trozos de viejos manteles con unas tijeras de costura e improvisaba pañuelos de diferentes tamaños y colores para cubrirle la cabeza a la muñeca.   

La cena apenas duró treinta minutos. Fátima recogió la mesa y se puso a fregar los platos junto a Aasiyah. Una enjabonaba y la otra escurría mecánicamente, sin hablar, como si ese fuera el único quehacer para el que estuvieran destinadas por el resto de sus días. Ni tan siquiera daban valor a las palabras de los hombres que holgazaneaban en el comedor, ni las escuchaban, estaban programadas para pasar desapercibidas y cumplían a rajatabla su papel.

Sobre la mesa, la cachimba borboteaba y el humo hacía filigranas en el aire al compás de una música extraña que sólo el mismo humo podía escuchar. Ayman solicitó permiso a su padre para ir a su habitación y éste se lo concedió con un gesto solemne de cabeza, muy califal, majestuoso. Las mujeres no tardaron mucho en irse a a dormir y allí se quedaron Yussuf y Moha compartiendo un té con menta bien caliente, con la televisión en mute coloreando sus rostros del verde del campo de fútbol de Riazor. Yussuf estaba contento porque había conocido a un fezí que se dedicaba a reciclar ordenadores que todavía daban servicio y tenía pensado venderlos en Tetuán. Necesitaba una furgoneta más grande, con la Kangoo del trabajo no le alcanzaba, pero no le preocupaba demasiado porque tenía otro amigo de Nador que trabajaba en un desguace en El Vendrell y siempre se enteraba de alguna ganga.

-Estoy preocupado, Yussuf.- Cortó Moha de facto, tratando de reconducir la conversación.
-¿Cómo? ¿Preocupado? No entiendo.
-Estoy harto de andar de aquí para allá, trabajando dos días y tres días parado sin hacer nada. Me siento como una mierda cada vez que voy a pedirle trabajo al payés.  
-Es lo que hay, ponte a estudiar como Ayman.
-¿Estudiar? ¿Y quién te paga la habitación? ¿Acaso me vas a perdonar el alquiler? Ayman dice que estudia pero lo único que hace es andar detrás de las cristianitas rubias, le tienen comido el cerebro.
-Él aquí puede morder las manzanas que quiera, Moha, otra cosa es que yo le deje casarse con una infiel, mucho tendría que cambiar el cuento.
-¿Sabes lo que hace cuando le dejas el coche?
-No me importa, Mohamed, me da igual.

Yussuf le dio una calada a la cachimba y soltó el humo lentamente. Moha escanció el té en las tazas y esperó a que Yussuf hablara sabiendo que no le habían sentado muy bien sus últimas palabras.

-Sé que quisieras tener un coche, un trabajo, una casa… Lo sé perfectamente, Moha, pero debes tener paciencia. ¿Por qué no empiezas por sacarte el carné?
-Sólo tengo el permiso de residencia, Yussuf, así no se puede prosperar. Además, dispongo de poco dinero y con eso tengo que aguantar hasta no se sabe cuándo.
-¿Dinero? ¿Cuánto tienes, si se puede saber?
-Me quedan ochocientos euros que es lo que he podido ahorrar con lo que gané en la vendimia y ahora con la aceituna.
-No es mucho pero tampoco es poco.

Yussuf se mesó la barba pensativo. Moha se fijó en la Barbie de Aasiyah que dormitaba sobre la mesa, la cogió por un brazo y le ajustó el hiyab con esmero. Cuando Yussuf se dispuso a retomar la conversación, dejó la muñeca donde estaba y le miró expectante, consciente de que el gesto de Yussuf de acariciarse la barba podría suponerle algún beneficio directo. Confiaba en él porque le envidaba y no hay mayor admiración que la envidia, pero también porque no tenía a nadie más en quien confiar en aquel país extraño, tan lejano de su pueblo rifeño y tan cercano a la vez.

-¿Te acuerdas de Abdul?
-¿Abdul?
-Sí hombre, Abdul, el hijo de Ahmed, el pollero del pueblo.
-Ahora no caigo.
-Abdul, el mayor de catorce hermanos, si tiene tu edad.
-¿Abdul el Tuerto?
-El mismo.
-¡Cómo no me voy a acordar si mi madre le compraba los huevos!
-¿Sabías que se ha montado una pollería en el pueblo?
-Pues no, hace mucho que no voy al pueblo, desde que murió mi madre, Alá la tenga en su gloria, y no será porque no tengo ganas de ir.
-Está cobrando una paga, no sé exactamente de cuánto, me parece que son quinientos euros lo que recibe cada mes.
-¿Paga?
-Sí, la paga de reinserción familiar.
-¿En Marruecos?
-No, idiota, de aquí de España. Se lo ha montado bien, el Tuerto.

De los ojos de Moha saltaron chiribitas, apuró su taza y se sirvió más té.

-¿Dónde hay que ir para que te den la paga esa?- Farfulló.
-Primero tienes que casarte, demostrar que estás viviendo aquí y que te quieres traer a tu mujer, si no, ¿qué mierda de reinserción familiar estás haciendo? Algo tienes que reinsertar, ¿digo yo?
-Pero yo no estoy casado.
-Eso ya lo sé.
-¿Y qué puedo hacer?
-Es sencillo, cásate.
-¿Cómo? Me queda un mes justo de permiso de residencia.
-Entonces tienes un mes para casarte. Ve al pueblo y habla con Isa Ibn Hamman, el imán, ¿le conoces?

Moha negó con la cabeza y Yussuf le dijo que una vez allí le dijera que iba de su parte, que él se encargaría de todo. Se levantó del sillón, apagó la televisión y se fue a la cama. Moha se quedó un rato en el salón apurando la cachimba. Por primera vez, desde que llegó a España, estaba esperanzado.
Se levantó bien temprano para ir a comprar el billete de autobús que le llevaría a Algeciras y de ahí pasar en ferry a Marruecos. No quería gastar mucho y el bus se le presentó como el recurso más barato de todos. Le llevó Ayman en el coche de su padre. Por el camino le contó que tenía los exámenes de fin de trimestre a la vuelta de la esquina y que no había estudiado nada pero a Moha todo eso le importaba una mierda, él sólo pensaba en su paga y ya se había transportado al pueblo mucho antes de tener el billete de autobús en el bolsillo. Yussuf había prometido a su hijo un regalo si aprobaba, eso a Ayman le perturbaba y le ponía en la tesitura de tener que copiarse de alguien.

-Tú padre no es rico, Ayman.
-Lo sé.
-Pues no te esperes un regalo muy caro, lo único que quiere es que estudies, que prosperes y copiar en los exámenes no es una buena idea.
-Últimamente está preocupado porque no le salen muy bien los negocios.
-Tu padre siempre está preocupado. Estudia y así tendrá una preocupación menos.
-Tengo que decirte algo pero no sé cómo te lo vas a tomar.

Ayman arrancó el coche y salió del aparcamiento de la estación. Se detuvo en un semáforo y miró de reojo a Moha.

-Suéltalo ya, Ayman.
-Mi padre va alquilar tu habitación por el tiempo que estés fuera, no sé si ya lo sabías.
-Me acabo de enterar.
-Pues ya lo sabes. Llega en unos días, también es marroquí. Bueno, él no, sus padres. Se llama Aziz y viene a trabajar en la aceituna.
-¿Cuánto le cobra?
-No lo sé, pero supongo que más que a ti.

Moha se quedó pensativo. El semáforo cambió de color y reanudaron la marcha. Durante todo el trayecto no intercambiaron palabra.

Moha preparó el equipaje en menos de media hora. Yussuf no se despidió, recibió una llamada de su amigo de Nador y se marchó al desguace de El Vendrell a mirar furgonetas de cuarta mano. Moha se despidió de Fátima y de la niña primero y después entró en la habitación de Ayman, que jugaba como abducido a un videojuego de zombis.

-Me voy.
-¿Ya?
-Tu padre se ha ido en coche y no me puedes llevar, tengo que coger el tren o llegaré tarde.
-Espera, un momento.

Ayman pausó el videojuego, abrió un cajón, sacó su camiseta del Barça y la dejó caer sobre la cama.

-¿Y esto?- Preguntó Moha.
-Quiero que te la lleves, es la de Munir cuando jugaba en el Barça. Te traerá suerte.

Moha cogió la camiseta y se dio dos golpes con ella a la altura del corazón. Se despidió con un fuerte apretón de manos y un sencillo y seco nos vemos pronto y desapareció. Ayman se tumbó en la cama y siguió con la partida.  

Llegó a Algeciras a las nueve de la mañana. No durmió mucho en el autobús y le dolía un poco la cabeza. Pasó por el arco de seguridad a las diez en punto y el ferry zarpó sin demasiada demora. Moha salió a cubierta, una fría brisa le erizó el cuerpo y el peñón de Gibraltar se hizo pequeño e insignificante en cuestión de minutos. Delante, en el horizonte, le esperaba la polvareda marroquí, su lugar en el mundo, su cordón umbilical. Se subió el cuello de la chaqueta y se sentó en el suelo. Las aguas del estrecho oscilaban como un flan. Echó mano a su teléfono para hacer algunas fotografías pero no tenía batería así que se dedicó a cavilar sobre aquel mar y aquel cielo tan suyo y tan de nadie a la vez. Pensó en su hermano, hacía mucho que no le veía y se preguntó que sería de él. Por un momento fantaseó con que vivía en París, cerca de la Torre Eiffel, y trabajaba como representante de algún futbolista del París Saint Germain. Seguro que le iría bien la vida porque era un tipo listo y fue el primero en marcharse del pueblo. Además lo hizo bien, pasó a Argelia y de ahí a Francia ofreciendo sus servicios a la Legión, no como él que suplicó e imploró mil veces a Yussuf que le aceptara para vivir en aquel pueblo costero de Tarragona, entre restaurantes vacíos y urbanizaciones abandonadas. España es una equivocación, pensó, un error de cálculo. Conseguiría esa paga y se volvería al pueblo para triunfar como el Tuerto, de eso no tenía la menor duda. Allí no tenía casa porque su madre la dejó en testamento a su hermano mayor y éste no vino ni a su entierro. Cuando cayó en la cuenta, se levantó de golpe y ya tenía el puerto de Tánger a la vista, nítido, transparente como un cristal. Si al menos supiera algo de él le podría pedir las llaves de la casa familiar y así ahorrarse las noches de hotel, pero ahora dudaba de su honestidad y, de repente, dudó de su apartamento en los Campos Elíseos con vistas a la Torre Eiffel y hasta de que estuviera vivo.

En Tánger no estuvo ni una hora, cogió un taxi, el clásico Mercedes blanco de los ochenta, que le llevó a Tetuán. A él no le suponía demasiado dinero aquella carrera pero al taxista le había solucionado la semana. Bajó del taxi y dio una vuelta por la ciudad, iba ligero de equipaje y tenía ganas de caminar un poco. Paseó por el barrio español y le sorprendió lo cuidado que estaba, preguntó el precio de la noche en algunos hoteles de la zona y, aunque estaban a su alcance, no podía gastar mucho dinero porque no sabía exactamente cuántos días se iba a quedar allí, así que se alejó un poco del centro rebajando sus expectativas. El paisaje cambió en lo que va de tres o cuatro calles, todo se estrechó y el trazado se tornó laberíntico y algo sombrío. Estaba oscureciendo y todavía no había encontrado el lugar donde pasar la noche. Entró en varios hostales pero todos estaban llenos. La noche se le cerró definitivamente y tardó algo más de media hora hasta que dio con el Nazarí, un pequeño y discretísimo hostal cuidadosamente decorado y muy limpio regentado por Miguel, un gaditano rechoncho y cincuentón de modales refinados y ojos de león triste. Le dijo que estaba de suerte porque le quedaba una habitación libre y justo la más bonita, la que tenía el ventanal que daba a la calle. El precio era razonable, el sitio estaba limpio, olía bien y era tan discreto que daba la sensación de que si te morías allí mismo, nadie lo iba a notar.

-¿Cómo nos has encontrado?- Preguntó Miguel con voz melosa.
-No sé, caminando.
-Es raro porque sólo hay una calle que lleva hasta aquí.

Miguel le dio las llaves y Moha subió las escaleras hasta el piso de arriba. En la habitación deshizo el equipaje y abrió el ventanal para que se aireara un poco. La estancia era agradable, con pocos muebles pero meticulosamente ubicados. Moha puso su teléfono a cargar, se sentó en la cama y se puso a mirar por la ventana. No tenía sueño y dejó pasar el tiempo observando lo que acontecía en la calle. En menos de media hora, habían entrado y salido por la puerta del Nazarí al menos doce hombres, algunos iban juntos, otros solos y eso le extrañó. Cerró el ventanal y trató de dormir, pero al cabo de unos minutos, cuando ya estaba a punto de conciliar el sueño, se escucharon unos golpes en la pared acompañados de unos gemidos furibundos, eran gritos masculinos, gritos muy machos y golpes salvajes, golpes de puños, golpes de cama quebrándose. Moha se tapó la cabeza con la almohada para mitigar el ruido y acabó durmiéndose por cansancio crónico.

Al día siguiente no quiso comentar nada ni de ruidos ni de sospechas, había asumido que aquello era un picadero de maricas pero estaba limpio y era muy barato, así que ya le iba bien. Le preguntó a Miguel por el autobús de Zaitoune porque se acordó de que un día Yussuf le dijo que al fin habían puesto una línea que conectaba el pueblo con Tetuán. Miguel le indicó muy amablemente el camino con la ayuda de un mapa turístico de la ciudad y le avisó de que pasaba cada dos horas. Moha le agradeció sucintamente la información.

-¿Se quedará esta noche el caballero?-Preguntó Miguel suavemente.
-Sí, de momento hasta que yo le avise, gracias.

Moha salió por la puerta y Miguel tomó nota de su trasero.

Llegó a Zaitoune a mediodía. El pueblo no había cambiado en nada, seguía igual de seco, con sus olivos allí donde siempre estuvieron, impertérritos, centenarios, y sus cabras famélicas pastando rastrojos le parecieron las mismas que vio cuando se fue, no se habían muerto, eran iguales, todo era igual. Salvo él. Ya no era el chaval aquel que jugaba a fútbol con una pelota de trapo en el descampado del zoco, ya nadie le conocía y tuvo la sensación de ser un forastero, un extraño en el lugar que le vio nacer. Lo único que quedaba de la casa familiar era la fachada y un montón de gatos hacían vida entre las ruinas. Con esa sensación de desarraigo se descalzó y entró en la mezquita. Esperó a que Ibn Hamman terminara su sermón, se arrodilló y dio cuatro o cinco cabezadas moviendo la boca con cara de arrepentimiento como todos los demás y cuando acabó la ceremonia le esperó en la puerta. 

Ibn Hamman era un hombre de ojos de reptil y cara de pasa de corinto. Encorvado y de voz aflautada, muy esquivo en sus respuestas y poco dado a la heterodoxia, dibujaba con sus manos huesudas todo lo que iba a decir, anticipando con el gesto la palabra. Dominaba tanto el árabe como el español, éste último con muy buena pronunciación pues estuvo un tiempo trabajando en Córdoba como imán de una mezquita suní en el barrio de Ciudad Jardín. Caminaron un rato por los olivares. A Ibn Hamman le preocupaba especialmente la falta de fe de la juventud y seguía con expectación las noticias que le venían de sus hermanos sunís de Siria e Irak, malas todas, de muerte y sangre todas, pero de fe, sacrificio y valentía en su corta mente. Moha dejó que se explayara en su discurso y aprovechó una pausa larga para abordar el tema de la paga.

-Necesito casarme.
-¿Cómo?- Dijo el imán levantando la barbilla.
-Vengo de parte de Yussuf.
-¿Yussuf?
-Sí.

Ibn Hamman calló, miró al cielo y recitó una pequeña oración.

-Tú necesitas los papeles y eso vale dinero.- Dijo de carrerilla, justo después de su monserga al aire.
-¿Dinero?
-Sí, los papeles vienen de Rabat, son oficiales.
-¿Cuánto dinero?
-7000 dírhams. Unos 600 euros al cambio.

Moha contó mentalmente el dinero que tenía, si le pagaba al imán los seiscientos se quedaba con lo justo para el ferry de vuelta, la comida y la habitación del hostal. No tenía más remedio que aceptar porque no veía a Ibn Hamman con muchas ganas de regatear.

-Yo me la juego, hermano, no puedo casar así como así.
-Vale, de acuerdo. ¿Cuándo me casas entonces?

Ibn Hamman gesticuló paciencia con sus manos y Moha se puso nervioso.

-Me queda un mes de permiso de residencia en España, no puedo esperar mucho.
-Esto va muy lento, joven. Primero tengo que llamar a Arub que vive en Nador. Es la muchacha que tengo reservada para estas bodas. Ésta lleva ya siete en lo que va de año y consigue un buen pellizquito de cada una si no, no vendría. Aquí se pasa necesidad, esto no es España, Mohamed. El caso es que la tenemos que maquillar un poco para que no se parezca a la última que casé.
-Yussuff me dijo que Abdul, el hijo de Ahmed, el de la pollería, se casó de esta forma y ahora cobra la paga.
-Claro, le casé yo con la misma, por eso te digo que hay que maquillarla muy bien para que no se parezca, no vaya a ser que tengas problemas cuando vayas a la oficina de empleo.
-A ver si he entendido bien, Arub viene al pueblo, hacemos como que nos casamos, usted me firma el documento y ya me puedo ir a España.
-Más o menos.
-¿Y qué más da que venga Arub? Es un papel, lo firma y ya está.
-No blasfemes, Mohamed, es un papel sagrado, no es un papel cualquiera, que Alá me perdone.
-Siento haberle ofendido, imán.- Afirmó Moha avergonzándose.
-Necesitas a la chica porque piden fotografía, nada más. Tengo tu teléfono, vuelve a Tetuán, te llamaré cuando llegue Arub.

Ibn Hamman aligeró el paso hasta perderse en el olivar. Moha encaró sus pasos hacia el pueblo. Antes de coger el autobús de regreso al hostal, se paró en la pollería de Abdul. El Tuerto no le reconoció y Moha tuvo que tirar de familiares cercanos y apodos ancestrales para refrescarle la memoria. Cuando al fin cayó en la cuenta de quién era le invitó a pasar a la trastienda. Allí sacó su pipa de hachís y la compartió con Moha. Moha le dio un par de caladas por cumplir y fue al grano.

-¿Cómo cobras la paga si no te mueves de aquí, amigo?
-¿Qué paga?- Dijo Abdul con cara de imbécil.
-La paga de reinserción familiar, no te hagas el loco.
-La renuevo por Internet cada mes. Es fácil, voy a Tetuán o a Chaouen, entro en un locutorio, me conecto y ya.

A Moha se le quedó cara de pánfilo. Menuda bicoca, pensó. Abdul descolgó un pollo y comenzó a desplumarlo. Tenía la cara cortada de oreja a barbilla además del ojo tuerto. Eso puso en la pista a Moha de que el Tuerto era un chivato pues eso es lo que hacían en el Rif cuando alguien se iba de la lengua.

-Bueno, me tengo que ir, Abdul. Mucha suerte, hermano.
-Espera un momento, ¿tú también te quieres casar?
-Sí.
-Pues ten cuidado con Arub, que es muy zorra.
-¿Por?-Preguntó curioso Moha.
-Yo te aviso, quien avisa…
-Pues gracias.
-Una última cosa.
-Dime.
-Tengo tres kilos de hachís en bellotas, si te animas vamos al 50%.
-Gracias, Abdul, pero no.
-Por cierto, ¿dónde estás instalado?
-En Tetuán, en un hostal.
-¿Qué hostal?
-Hostal Nazarí, ¿lo conoces?

Abdul sonrió y se entendió todo mientras espantaba las moscas que acudían a los pollos colgados del techo de la trastienda. Moha salió de la pollería y tuvo que correr un poco para alcanzar el autobús. Una vez entró, tomó aliento y trató de no pensar demasiado, se centró en el paisaje rocoso que se veía a través de la ventanilla y al poco rato se quedó dormido con la cabeza apoyada en el cristal.

Al cabo de tres semanas recibió la llamada del imán. Moha apenas se había movido de la habitación para gastar lo menos posible. Ibn Hamman le anunció que Arub ya estaba en Zaitoune y que esperaba el dinero en metálico antes de firmar los documentos. Ya era tarde para coger el autobús y tuvo que esperar al día siguiente a primera hora de la mañana para materializar la operación.

Llegó al pueblo en el primer autobús del día y pilló al imán en pijama, ni tan siquiera había desayunado. Éste le invitó a café y puso unos dulces sobre la mesa del cuarto de estar. La novia llegó pasadas las doce junto a un tipo de aspecto lamentable, en chándal, sin dientes, calvo de cocorota, coleta grasienta y zarcillo en la oreja. Se llamaba Alfredo y era melillense. Llevaba una cámara de fotos réflex colgada al cuello y se le escapaban todas las eses al hablar. Entenderle era un tormento. Ibn Hamman sacó los documentos y los puso sobre la mesa. Arub, que era fea como un dolor, pecosa, contrahecha y sin caderas, firmó el contrato matrimonial posando junto a Moha para la foto. Se había pasado con los polvos y tenía la tez tan blanca que parecía un mimo enfadado. Se le marcaban todas las arrugas de expresión, no tenía brillo en la mirada y su rostro estaba tan demacrado que parecía un espectro sacado de una película de Darío Argento. El vestido le estaba enorme y tuvo que ponerse dos pares de calcetines en cada teta para aumentar la talla. Alfredo disparaba con su cámara a discreción, pedía sonrisas pero a Moha no le hacía ni puñetera gracia, lo único que quería era que aquello acabara lo antes posible, jamás hubiera imaginado que se casaría, ni por conveniencia, con una mujer tan desagradable y además mayor, porque ella no bajaba de los cuarenta y él no era más que un pimpollo de veinticuatro años. Una vez terminado el protocolo de las firmas, Moha tuvo que volver a posar con Arub. Alfredo improvisó un set con un par de focos y una lamparita y le pidió a Moha que se arrodillara frente a ella, que le besara la mano y después se dieran el beso final. Moha acató las órdenes de mala gana mientras el imán tiraba pétalos de rosa al aire.  

-Sonríe, coño, que os estáis casando. Hamman, dile algo al tontaco éste, que a mí no me hace ni puto caso.
-Haz el favor de estar feliz, Mohamed, que luego estas cosas se ven, las fotos no engañan.- Dijo Ibn Hamman con tono paternal.

Moha sonrió como sonríen los payasos tristes. Alfredo tomó la instantánea del beso y se dio la ceremonia por concluida. Arub y el melillense exigieron al imán su parte pero éste les dijo que hasta que no estuvieran listas las fotos, en papel y recortadas para añadirlas al documento matrimonial, no les daría ni un dírham. Recogieron sus cosas y se marcharon prometiendo volver al día siguiente con las fotos impresas en color. Moha sacó su cartera y le pagó lo prometido al imán. Ibn Hamman contó los billetes tres veces y los metió en un sobre.

-Pensarás que es mucho el dinero que me has pagado pero no es así, Mohamed. Ahora tengo que pagarle su parte a Arub y al fotógrafo.
-Usted verá, yo ya le pagué.

Ibn Hamman se arrodilló de cara a la Meca y rezó en silencio.

-Mañana vengo a por el papel.

Ibn Hamman interrumpió la oración.

-No hace falta que vengas, te lo envío por correo urgente. Dime dónde estás hospedado.

Moha sacó de su cartera una tarjeta del hostal Nazarí y se la dio. El imán se la guardó en el bolsillo de su chilaba y continuó con la oración. Moha se marchó dejando allí a Ibn Hamman, arrodillado, implorando quién sabe qué a su dios.

El día siguiente se levantó nublado y espeso, la lluvia se enquistaba en el cielo pero no se materializaba, la sensación era de agobio y humedad. Arub y Alfredo se presentaron en la casa del imán a primera hora con las fotos en papel tal y como Hamman les pidió. Éste las miró por encima y las metió en el sobre del documento matrimonial.

-Me sabe muy mal pero no os puedo pagar.
-¿Cómo?- Dijo Arub con los ojos encendidos.
-El chico se marchó y no me pagó.

Alfredo se puso muy nervioso y cogió al imán por la pechera.

-¡Suéltale!- Ordenó Arub.

Alfredo le soltó con brusquedad.

-¿Cómo sé que no me está mintiendo, imán?
-Por Dios misericordioso. Soy un hombre de fe, Arub.  
-¿Dónde está?- Bramó Alfredo.
-Ni por todo el oro te lo diría.

Alfredo sacó una navaja y la puso encima de la mesa con aire de bandolero andaluz.

-Guarda eso, imbécil.-Dijo Arub áspera.
-Preguntadle a Abdul, puede que él sepa algo.
-Y si no lo sabe le rajo el otro lado de la cara. Vamos Arub, si no quieres que le parta la boca el chilabitas éste.   

Ajeno a todo, Moha no salió de su habitación en ningún momento. Cuando al fin recibió la carta eran las seis de la tarde y respiró aliviado, aún le quedaban dos días de permiso de residencia y tenía el tiempo justo para tramitar la paga. Decidió asearse y dar una vuelta por la ciudad. Contempló los edificios de aire colonial del barrio español y se prometió volver con dinero para poder disfrutar de aquellos restaurantes, de aquel ambiente distraído y bohemio donde la pobreza no era más que una noticia anecdótica en el diario. Apenas se hizo de noche volvió al hostal y pudo dormir a pierna suelta.

A las cinco de la mañana ya estaba en pie y seguía nublado. Metió la ropa en su mochila y se puso la camiseta del Barça. Bajó al vestíbulo, pagó lo que debía y se despidió de Miguel con una amplia sonrisa. Caminó un poco hasta llegar a la parada de taxis del centro, no había ninguno disponible y se sentó en un banco. En ese momento llamó a Ayman para decirle que ya estaba en camino, que todo había ido bien y que estaba muy contento de volver a casa, pero el teléfono de su amigo estaba fuera de cobertura. Quizás era demasiado temprano para llamar, pensó. Sí, era demasiado temprano porque Ayman dormía después de haber pasado la noche entera de fiesta, celebrando que había aprobado los exámenes. Un taxi apareció por la parada, estaba libre. Moha saltó del banco y fue hacia él rápidamente. En ese momento recibió un golpe por detrás que le dejó aturdido. El taxista salió chirriando ruedas, no había nadie en la parada, era muy temprano, demasiado temprano y los golpes se sucedieron uno tras otro en su pecho, en su abdomen y en su cabeza. Moha se protegió el rostro con las manos y no pudo ver quién le pegaba, perdió el conocimiento y cuando despertó se vio en un charco de sangre, le habían robado la cartera, las zapatillas, el equipaje y hasta la camiseta del Barça. De repente, rompió a llover como si no hubiera un mañana. Volvió al hostal descalzo, cabizbajo, chorreando. Miguel le acogió sin preguntar nada, le preparó una cama y le curó las heridas con mucha delicadeza.

 
-Tengo que hacer una llamada.
-No, ahora tienes que descansar.- Contestó Miguel mientras acariciaba con las yemas de los dedos el maltrecho torso de Moha y le miraba con esos insoportables ojos de león triste.

Al cabo de unos días, Moha se había recuperado de la paliza. Llamó varias veces a Ayman para pedirle dinero prestado, le avergonzaba pedírselo a Yussuf directamente, pero nunca se lo cogió. Parecía como si se lo hubiera tragado la tierra. En realidad se había cambiado de teléfono y por eso siempre estaba desconectado. Yussuf le obsequió con cien euros por haber aprobado el trimestre y, junto con lo que tenía ahorrado, se compró un IPhone de segunda mano. Su padre estaba especialmente contento porque sus negocios empezaban a ir bien, pudo comprarse una furgoneta más grande y con lo que daba el chaval nuevo por el alquiler de la habitación tenía cubiertos los gastos domésticos. Quería celebrar por todo lo alto que su hija Aasiyah ya era toda una mujer y tenía preparado su hiyab envuelto en una caja de cristal, entre golosinas y Barbies nuevas para jugar mientras pudiera. Fátima había hecho hojaldres de cabello de ángel para la ocasión y había decorado con flores su habitación.

Moha entendió que ya no tenía ninguna posibilidad de cobrar la paga, no podía volver y se vio obligado a pagar la hospitalidad de Miguel con favores cariñosos si no quería dormir en las calles de Tetuán. Yussuf recibió una carta manuscrita del imán a los pocos días de que Moha recibiera la paliza. En ella agradecía de todo corazón sus recomendaciones desde España y, como muestra de máxima gratitud, añadía cien euros más a la comisión que tenían acordada. Cerraba la carta ofreciendo el sacrificio de un cordero en su honor y en el de toda su familia. Que Alá misericordioso os proteja. Atentamente, Isa Ibn Hamman.
















   

No hay comentarios:

Publicar un comentario